MISILES PARA EL ESPACIO
Como todo nuevo artefacto militar, era necesario proceder a un período de pruebas que garantizase la efectividad del diseño del R-7. En este caso, no obstante, las cosas se complicaban: el gran alcance de un I.C.B.M. hacía difícil su seguimiento durante la totalidad de la trayectoria. Por fortuna, la Unión Soviética disponía de un vasto territorio para sus fines y esto posibilitó la instalación de un polígono de pruebas de enormes dimensiones. En concreto, el centro de lanzamiento y el área adyacente de impacto quedarían instalados en una extensa zona que se distribuía entre el Mar de Aral y la Península de Kamchatka. Fue en este territorio, después denominado "cosmódromo" de Baikonur, donde se efectuaría el primer intento de despegue.
En realidad, la denominación Baikonur sería un intento de engañar a Occidente sobre el emplazamiento real del ultrasecreto polígono de lanzamientos. Éste se encontraba mucho más cerca de Tyuratam que de Baikonur, pero la paranoica Unión Soviética haría lo que fuese para despistar a los americanos. Tyuratam, apenas una pequeña y poco transitada estación de ferrocarril en la actual república del Kazajstán, se encontraba próxima a la ciudad de Zarya, rebautizada como Leninsk en enero de 1958. El 12 de enero de 1955, llegó a la zona la primera treintena de obreros dispuestos a levantar el primer cosmódromo del mundo. En abril se inició la construcción de las carreteras y de las residencias de los futuros trabajadores, y en agosto se comenzó la excavación del enorme foso sobre el que se instalaría la torre de lanzamiento. El 4 de abril de 1956, se empezó a colocar el hormigón que desviaría la lengua de fuego de los motores durante el despegue. Por fin, en agosto del mismo año, se instalaron los equipos electrónicos de control que gobernarían el lanzamiento de los misiles.
Con todo a punto, un ejemplar de R-7 llegó a Tyuratam en diciembre de 1956. Se trataba de un modelo experimental llamado 8K71SN, el cual sería colocado sobre el foso para realizar ensayos de compatibilidad con la infraestructura y para otras pruebas estáticas.
El primer R-7 preparado para volar (versión 8K71) fue enviado a Tyuratam en marzo de 1957, donde sería examinado a conciencia. Colocado en posición el 5 de mayo, el misil con número de serie M1-5 fue equipado con una cabeza nuclear simulada. Por fin, el 15 de mayo, se producía el esperado lanzamiento inaugural.
El vuelo, no obstante, no resultó demasiado perfecto: a los 98 segundos del despegue, el acelerador D se desprendía prematuramente del cohete, provocando, debido a la asimetría, una pérdida de orientación y control. La explosión subsiguiente desintegró el misil, que acabó estrellándose a 400 kilómetros de distancia. Las razones del accidente fueron analizadas gracias a la telemetría: una pequeña fuga de combustible, cuando todavía se encontraba sobre la rampa de lanzamiento, había provocado un posterior incendio y el desencadenamiento de los acontecimientos relatados.
La próxima tentativa se realizó el 10 de junio. El misil 8K71 M1-6 recorrió todos los pasos de la lista de control durante la cuenta atrás, pero al alcanzar la fase de lanzamiento, el sistema automático abortó la operación al detectar que una válvula del circuito de nitrógeno no se había abierto.
Suponiendo que el problema se había ya resuelto, se repitió el proceso el mismo día, con idéntico resultado. El misil seguía sin querer despegar. Por último, el día 11, un aborto exactamente igual a los anteriores provocó la retirada del vehículo y su devolución a la planta de fabricación, donde pudo comprobarse que la válvula había sido montada al revés (!).
El contratiempo que ello supuso hizo recomendar la utilización de un nuevo misil para la siguiente prueba en vuelo. Así, el 8K71 M1-7 despegó con éxito inicial el 12 de julio. Casi inmediatamente, un cortocircuito en la batería que alimentaba el sistema de orientación bloqueó éste, otorgando una peligrosa rotación a lo largo del eje longitudinal del misil. Debido a esto, los cuatro aceleradores fueron desprendidos a tan sólo unos 33 segundos del lanzamiento, cayendo a tierra a gran velocidad.
Korolev tendría que esperar al 21 de agosto para ver despegar al primer I.C.B.M. de la historia. El lanzamiento del 8K71 M1-8 se llevó a cabo normalmente, y unos minutos después su carga simulada se encontraba en dirección a la península de Kamchatka. Todas las fases del vuelo se llevaron a cabo según el programa previsto, aunque la presión aerodinámica no fue resistida por la ojiva durante la reentrada, desintegrándose a unos 10 kilómetros de altitud. A pesar de todo, sus restos alcanzaron la distancia anunciada.
Estábamos, sin duda, en el inicio de una nueva era tecnológica y militar.
El 26 de agosto de 1957, los soviéticos anunciaban al mundo la posesión de un I.C.B.M. operativo. Noticia que, como es obvio, causó sensación, sobre todo en los Estados Unidos, donde se veía desvanecer la esperanza de que el continente americano continuase siendo una zona libre de destrucción en caso de conflicto bélico.
Para confirmar su declaración de intenciones, Korolev lanzó otro misil el 7 de septiembre (8K71 M1-9). La misión buscaba repetir la hazaña, aunque hay quien afirma que se trataba del primer intento de enviar un satélite al espacio. Nada se ha confirmado al respecto y la suposición parece además bastante improbable.
Improbable pero no imposible, puesto que la enorme potencia del R-7, afortunada consecuencia de las poco sofisticadas bombas nucleares soviéticas, lo convertía, potencialmente, en un magnífico lanzador de satélites. Aquí residiría el principal factor de la superioridad de este país durante los años iniciales de la era espacial.
Los EE.UU, por entonces, habían rectificado su decisión original y estaban desarrollando ya su propio I.C.B.M., al que llamarían Atlas. América no precisaba de tales monstruos para sus necesidades militares, pero con el enrarecimiento de la actividad política mundial y la imparable escalada de armamentos durante el transcurso de la llamada Guerra Fría, se vería obligada a desarrollarlos. Una necesidad evidenciada cuando los servicios de inteligencia descubrieron que el enemigo ya los poseía o se hallaba en camino de tenerlos, globalizando claramente el teatro de operaciones. Temerosos de que algo fallara durante la fase de diseño del Atlas, el Departamento de Defensa estadounidense encargó después otro I.C.B.M., el Titan-I, al que consideraron como alternativa en la recámara y que más adelante evolucionaría en sucesivas versiones tanto para tareas militares como espaciales.
De una manera o de otra, ambas potencias tenían ya las herramientas fundamentales para iniciar la conquista de la órbita terrestre. Iniciar la senda hacia el espacio se convertía ahora más en una cuestión de determinación política que en un problema técnico.
UN BIP-BIP HISTORICO
Von Braun había estado proponiendo a sus superiores, desde mediados de los años Cincuenta, el lanzamiento de un satélite artificial. Sus informes, y algunos otros procedentes de diversas fuentes, describían la forma más sencilla de colocar a un satélite en órbita alrededor de la Tierra, usando preferentemente medios ya disponibles. Por desgracia para América, uno tras otro, a lo largo de los años, estos proyectos fueron desechados, por coste, por excesivo riesgo o por falta de suficientes "beneficios científicos" que justificaran tan costosa inversión.
Todo había empezado, sin embargo, poco después de la Segunda Guerra Mundial, cuando algunos estamentos gubernamentales y militares se decidieron a examinar las ventajas que un satélite artificial podía reportarles.
En febrero de 1946, el Ejército estadounidense pidió varios informes secretos a diversas empresas aeronáuticas. En ellos debía delimitarse el diseño preliminar de uno de tales vehículos y sus posibles aplicaciones. La compañía Douglas Aircraft ganó la competición y en julio de ese mismo año recibió un contrato para profundizar en el tema.
El dinero sería después transferido a un nuevo organismo, el enigmático Proyecto RAND (Research and Development), un "think-tank" teórico-científico-militar que acabó publicando un documento fundamental denominado "Preliminary Design of an Experimental World-Circling Spaceship". En dicho informe se describían las bases que otorgaban al satélite artificial un sinfín de aplicaciones militares y científicas.
En 1948, algo parecido ocurrió en Rusia. El experto Mikhail Klavdiyevich Tikhonravov preparó un informe realmente pionero y lo presentó a la Academia de Ciencias de la Artillería. Para ello, buscó apoyo en Sergei Korolev, pero el documento, por su alto riesgo y poco clara utilidad, no fue considerado seriamente. La nación carecía aún de los medios de propulsión necesarios para colocar un objeto en órbita.
Cinco años después, las cosas habían cambiado mucho: Korolev tenía entre manos el desarrollo del R-7, un vehículo que con pequeñas modificaciones podría ser usado para la tarea. El ingeniero jefe, un enamorado de la aventura espacial, soñaba con llevar algún día a un hombre hasta la órbita terrestre, así como hollar la Luna y los planetas. El satélite artificial, por supuesto, sería un paso previo que debía emprenderse cuanto antes si quería ver cumplido todo lo anterior durante el breve lapso de su vida.
Después de algunos estudios suplementarios, Korolev concluyó que su misil, en la configuración primaria, podría acelerar una tonelada y media hasta la velocidad orbital. Su propuesta fue presentada el 26 de mayo de 1954 al Ministerio competente, pero enfocada de tal manera que el lanzamiento del satélite pareciera sólo uno más de los pasos que sirvieran para verificar la efectividad del R-7 como misil I.C.B.M., una auténtica prioridad nacional.
Para entonces, en América, el insigne von Braun ya había presentado su Proyecto Orbiter, basado en elementos disponibles: un cohete Redstone equipado con varias etapas superiores que podrían colocar en órbita un pequeño satélite de apenas 1 kilogramo de masa. El incentivo principal de dicha propuesta, mucho más realista que otras anteriores, era el llamado Año Geofísico Internacional (I.G.Y.), un programa científico de seguimiento mundial que perseguía el estudio geofísico de la Tierra durante dos años. El lanzamiento de un satélite sería la cúspide de las aportaciones estadounidenses y demostraría lo avanzado de su tecnología frente al creciente poder soviético.
Los EE.UU. anunciaron la iniciativa el 15 de julio de 1955. La fecha elegida para el experimento: en algún momento del citado Año Geofísico Internacional, período que había de prolongarse entre los años 1957 y 1958.
(Escucha como Eisenhower valora el reto de la tecnología espacial)
Pero el hecho de que el I.G.Y. fuera una iniciativa científica en la que además participarían otros países, hizo temer al presidente Eisenhower que el uso de medios militares podría despertar suspicacias: la primera fase del cohete lanzador propuesto no era sino un misil Redstone modificado, algo que podría no resultar adecuado a los ojos de la opinión pública. Además, ¿qué opinaría la paranoica U.R.S.S. si un objeto americano sobrevolaba de pronto su territorio nacional, fuera del alcance de sus sistemas de defensa? Intentando paliar en lo posible esta sensación, canceló el Proyecto Orbiter y aprobó en su lugar el Programa Vanguard, un sistema satélite/cohete de nuevo cuño (estaría basado en los cohetes sonda Viking y Aerobee) que debería empezar a desarrollarse casi desde cero. Con ello, sin saberlo, sentenciaba la oportunidad que habría tenido su país de ser el primero en la conquista del espacio, un privilegio mucho más importante de lo que podía suponerse en ese momento.
Esta política era sin embargo algo hipócrita. En realidad, los militares estadounidenses estaban ya desarrollando satélites espía para fotografiar suelo soviético (programa Corona, el verdadero resultado de los sustanciosos informes publicados por la RAND) y el cohete Vanguard fue encargado a un laboratorio de la Marina. Si el satélite del I.G.Y. tenía éxito como iniciativa civil y la U.R.S.S. no protestaba, los futuros vuelos militares de reconocimiento serían más fácilmente aceptables por los soviéticos, sobre todo si éstos contribuían con su propio satélite.
El proyecto Vanguard fue anunciado el 9 de septiembre de 1955. Fue un duro golpe para von Braun, quien tenía en sus manos los medios para lograr el primer satélite artificial casi de inmediato. Su cohete, llamado Jupiter-C, consistía en un Redstone armado con sucesivas etapas de combustible sólido, pequeñas pero muy fiables. Desarrollado para pruebas de reentrada atmosférica de las ojivas nucleares que serían instaladas en los Atlas y Titan, alcanzaba grandes velocidades durante sus lanzamientos, hasta el punto que, en varias ocasiones, la carga útil del cohete debía ser lastrada para evitar que se pusiera en órbita, lo cual hubiera arrebatado la gloria del primer satélite americano, que debía ser civil.
Con el anuncio oficial de que los EE.UU. participarían en el I.G.Y. con el Vanguard, Korolev supo que debía darse prisa. El ingeniero jefe tenía acceso a la literatura especializada americana, de manera que estaba perfectamente enterado, a grandes rasgos, de lo que hacían sus rivales. Éstos, en cambio, desconocían el estado actual de la astronáutica comunista, a excepción de lo que mostraban incompletos informes realizados por los espías de la C.I.A. Con esta ventaja, Korolev decidió aprovechar el choque político-militar existente entre las dos potencias y puso de manifiesto a sus superiores la conveniencia de aprobar cuanto antes la construcción de un satélite. La consecución de tal vehículo glorificaría a la nación soviética y la convertiría en la más avanzada de la Tierra.
La autorización para proceder con su desarrollo no se otorgaría hasta el 30 de enero de 1956. Aunque los científicos e ingenieros trabajaron intensamente en ello, el Gobierno aún no estaba convencido del todo. Por eso, y ante el poco tiempo que restaba para el inicio del I.G.Y., Korolev tuvo que apresurarse: llamó a Tikhonravov y sus colaboradores y les comunicó que había sido nombrado responsable del proyecto.
El programa contemplaba el diseño de un sofisticado satélite llamado Object-D (los Object-A, B, V y G correspondían a diferentes versiones de la cabeza nuclear desarrollada para los I.C.B.M.), un vehículo que aprovechaba toda la capacidad de carga del misil R-7. Estaría equipado con numerosos instrumentos científicos, incluidos los que habrían permitido descubrir, de haberse lanzado a tiempo, los famosos cinturones de radiación de Van Allen. Se habló incluso de embarcar a bordo a un perro.
Pero el apoyo económico del Gobierno no estuvo a la altura de las circunstancias y Korolev temió que los americanos se les adelantaran. El 14 de septiembre de 1956, Mstislav Keldysh, uno de los más cercanos colaboradores de Korolev, explicó frente a la Academia de las Ciencias que la falta de interés de la industria y de los estamentos científicos también ponía en peligro la primicia.
A pesar de todos los esfuerzos, el Object-D, con sus 1.200 kilogramos, empezó a acumular importantes retrasos, lo que lo dejaba, aparentemente, fuera de la carrera con el Vanguard. La situación se agravó tanto que Korolev tomó una decisión determinante: sustituir el satélite por otro más simple llamado PS (Prostreishiy Sputnik, Satélite Sencillo). El PS se construyó en sólo un mes, y su único objetivo sería arrebatar el premio de la victoria a los estadounidenses. Ser primero valía más que todos los resultados científicos, ya que sólo un vehículo perduraría en el tiempo como el iniciador de la era espacial. El sofisticado Object-D tendría tiempo de volar más adelante con el nombre de Sputnik-3.
Cuando el misil R-7 (8K71) M1-9 completó con éxito su misión, Korolev constató que tenía a punto el vehículo que utilizaría para la gran empresa. Los técnicos de su equipo ya habían trabajado en el siguiente ejemplar, el M1-10, modificándolo ligeramente para su tarea espacial. Se retiró la maqueta de la ojiva nuclear, se eliminó el sistema de guía por radio para ganar unos 300 kilogramos (no era necesaria una gran precisión en el disparo, sólo la consecución de la velocidad orbital) y el sistema de detección de vibraciones, y se cambió la secuencia de apagado de los motores de la etapa central o núcleo. El motor RD-108 así modificado recibió la denominación 8D75PS y funcionaría hasta el agotamiento del combustible. Por su parte, los motores RD-107 (8D74PS) permitirían una separación de los aceleradores seis segundos más tarde que en la versión militar. Con todo ello y con una pequeña reducción del peso del combustible, el "nuevo" cohete sería bautizado como 8K71PS M1-PS, en honor a su carga útil.
Faltaba, empero, una cosa: la autorización gubernamental. A los militares no les acababa de gustar la idea, ya que el número de misiles disponible era muy limitado y el uso de uno de ellos para un experimento tan alejado de los objetivos del programa I.C.B.M. podía retrasar su puesta a punto como arma de ataque. Los americanos, no lo olvidemos, tenían a los menos potentes Redstone y Jupiter, y pronto a los Thor, a las puertas de la U.R.S.S., desplegados o en proceso de despliegue en suelo aliado europeo. Los soviéticos necesitaban lo antes posible un misil que pudiera saltar de un lado al otro del mundo con su carga letal.
Frente a tales objeciones, Korolev insistió, haciendo ver lo importante que sería el prestigio de encumbrarse como la primera nación espacial. El país demostraría además la disponibilidad de un misil lo bastante potente como para reprimir las expectativas "imperialistas" americanas.
El Sputnik-1 (Object-PS), como hemos dicho, quedaría listo para el despegue en un tiempo récord. Su aspecto era el de una simple esfera fabricada en dos partes, de 58 centímetros de diámetro. Pesaba 83,6 kilogramos, y sólo transportaba un radiotransmisor, las baterías para alimentarlo, y un sistema de medición de la temperatura cuyos resultados serían enviados a la Tierra. Para mantener bajo control la temperatura interna del satélite, influenciada por el calor producido por la radio y por los rayos solares que bañarían su exterior, se decidió pulir la esfera hasta dejarla muy brillante, esperando con ello reflejar al menos la radiación procedente de nuestra estrella.
Dos días antes del lanzamiento, el cohete R-7 era desplazado por vía férrea desde su hangar hasta la zona de despegue. A su alrededor, en ordenada procesión, Korolev y los suyos recorrieron a pie el kilómetro y medio que les separaba de aquella zona, seguros de que se disponían a hacer historia.
El ingeniero jefe había señalado anteriormente el día 6 como la fecha indicada para la partida, pero acabó adelantándola un par de jornadas ante el temor de que los americanos hubiesen descubierto su propósito y se dispusieran a tomar la delantera.
El despegue, sólo el tercero en tener éxito, se desarrolló aparentemente a la perfección el 4 de octubre de 1957. Y decimos aparentemente porque, en realidad, los motores del cuerpo central se pararon un segundo antes de lo previsto por el agotamiento prematuro del combustible (queroseno), lo que provocó alcanzar una altitud más baja de lo planeado.
La confirmación de que el Sputnik había entrado en órbita (227 por 941 kilómetros, inclinación 65 grados) se haría esperar. Con sólo una antena de recepción fija, no se pudo detectar su transmisión hasta que el satélite dio la primera vuelta alrededor de la Tierra y volvió a pasar sobre el cosmódromo. El simple pero emocionante bip-bip procedente del vehículo confirmó que se encontraba vivo y cumpliendo con su deber, y que por tanto, podía declararse a la U.R.S.S. como la nación que inauguraba la era espacial.
(Escucha el sonido del Sputnik-1)
El resto, por supuesto, es historia: la noticia fue recibida con sorpresa y desaliento en los EE.UU., cuyos dirigentes habían dejado escapar la oportunidad de una gran primicia que jamás volvería a presentarse.
REACCIONANDO
El programa de ensayos preliminares de la serie Vanguard había demostrado no ser precisamente un camino de rosas. Cuando el Naval Research Laboratory de la Marina recibió el encargo de construir un satélite y un lanzador apropiados, en septiembre de 1955, fue el Departamento de Defensa quien autorizó su puesta en marcha. Y aunque los científicos asignados al proyecto diseñaron un paquete experimental que pesaría sólo unos 23 kilogramos, pronto (noviembre de 1955) recibieron un jarro de agua fría: el satélite no debía pesar más de 10, con sólo uno dedicado a la carga útil científica. Así, de un aparato pensado para medir la radiación cósmica, debieron pasar a conformarse con una serie de sensores para medir temperaturas, la erosión superficial, la presión interna y un experimento para determinar de la intensidad de la radiación solar Lyman-alfa.
Tales limitaciones de peso tenían un único origen: la escasa potencia del cohete lanzador. El Vanguard (se llamaba como el satélite) debía ser equipado con una primera etapa basada en el cohete sonda Viking, el cual había volado por primera vez en mayo de 1949 y representaba sólo un pequeño paso adelante tras la V-2 alemana. Pero su selección era obligada: el programa no debía interferir en el desarrollo de los misiles militares de la época y utilizar el sistema de propulsión más avanzado disponible. Como segunda etapa se usaría otro cohete sonda: una modificación del Aerobee Hi. Como tercera, un motor nuevo de combustible sólido que otorgaría la velocidad orbital a la carga útil.
Durante la primavera de 1956, el N.R.L. finalizaba el diseño del vector. Para asegurar el éxito en su desarrollo, los ingenieros adoptaron una técnica de ensayos progresivos (los soviéticos lanzaron a su misil completo en la primera ocasión). Así pues, el 8 de diciembre de 1956 se lanzaba el primer Vanguard, pero éste estaba compuesto sólo por la etapa inicial (TV0). El 1 de mayo de 1957 (TV1), se repitió la prueba, transportando además una segunda etapa inactiva. Por fin, el 23 de octubre de 1957 (TV2), un Vanguard con las dos etapas superiores simuladas alcanzó 175 kilómetros de altitud.
La enormes dificultades de adaptación de los diferentes componentes y su integración en el cohete retrasaron a menudo el calendario de ensayos. Tanto que, el 4 de octubre, el Sputnik-1, cogiendo por sorpresa a todo el mundo, se adelantaba irremediablemente a los americanos.
En Huntsville, Alabama, von Braun recibió la noticia con evidente frustración. Su equipo tenía desde hacía tiempo en la estantería el cohete que podía haber colocado a un satélite en órbita, de modo que sólo una decisión política había privado a los americanos del honor de la primicia. Sin garantías de que el Vanguard cumpliera las expectativas en un plazo razonable, von Braun insistió en solicitar el permiso para poner en marcha su primitivo plan (el programa Orbiter).
El alemán pidió 60 días para deshacer el entuerto, pero sus superiores, más prudentes, le concedieron 90. Como carga útil, el cohete transportaría el mismo detector de radiación que debía volar en el Vanguard.
Sin embargo, este último aún tendría su oportunidad. La noticia del Sputnik-1 cogió a la prensa americana con la guardia baja y los rotativos, la radio y la televisión atacaron rápidamente a la Casa Blanca, denunciando la falta de previsión. Las repercusiones políticas y sociales estaban siendo mucho mayores de lo esperado. Si era posible volar sólo unos días más tarde, mediante el Vanguard, los EE.UU. demostrarían que la U.R.S.S., en realidad, no estaba tan avanzada tecnológicamente. A los americanos, además, les interesaba que los países del Tercer Mundo vieran a los EE.UU. como el ejemplo a seguir, en todos los ámbitos, y no como una nación cuyo sistema se encontraba por debajo del que propiciaba el comunismo soviético.
(Escucha como Eisenhower habla del satélite soviético)
El propio Khrushchev reconoció inmediatamente el valor de la hazaña y los efectos colaterales que estaba teniendo. Por eso decidió que su país debía lanzar otro vehículo lo antes posible. Tras haber trabajado duro para convencer a sus superiores de que el viaje al espacio valía realmente la pena, Korolev se encontraba ahora con la paradoja de que eran ellos quienes exigían más y con mayor rapidez. En lo sucesivo, se le demandarían constantemente nuevas primicias que pudieran ser explotadas como arma propagandística.
¿Y qué mejor publicidad que enviar un ser vivo al espacio? El Sputnik-2 (Object-PS-2), con la perrita Laika a bordo, llegaría a tiempo para celebrar la Revolución soviética en noviembre. Sin tiempo para nada más (¡de nuevo menos de un mes!), los ingenieros cogieron una copia del Sputnik-1, la unieron a un contenedor para albergar a Laika (semejante a los utilizados en 1951 para enviar perros en rutas balísticas) y, con una masa conjunta de media tonelada, los lanzaron al espacio el 3 de noviembre de 1957.
El misil R-7 empleado (8K71PS M1-2PS) funcionó bien, pero fue un triste viaje para el animal, puesto que el satélite no se separó del cohete y el recalentamiento térmico subsiguiente lo mató mucho antes de lo previsto. Mirando hacia atrás, sin embargo, no debemos sino maravillarnos de lo que eran capaces de hacer aquellos hombres en tan sólo 30 jornadas. Hoy en día cualquier proyecto precisa de al menos 4 años para definirse y ponerse en práctica. Más sorprendente es saber que, a diferencia de su antecesor, el Sputnik-2 fue equipado con detectores Geiger-Mueller y que éstos descubrieron los cinturones de Van Allen semanas antes que el Explorer-1. Sin embargo, como veremos, los científicos soviéticos fueron incapaces de recibir los datos, una parte esencial en todo descubrimiento, y la primicia fue a parar a los americanos.
La misión de Laika dejó aún más sorprendidos a los ingenieros del Vanguard. El Sputnik-2 pesaba 50 veces más que su satélite aún no lanzado, así que era evidente que los soviéticos disponían de un sistema orbital mucho más poderoso. Para Eisenhower y sus asesores, el experimento sugería además que la U.R.S.S. pretendía enviar a un hombre al espacio. Ante esta perspectiva, América debía decidir si entrar en una carrera con este objetivo o no hacerlo.
En este clima enrarecido, el Vanguard-1 fue colocado sobre su vehículo TV3, el primero completo, y llevado a su rampa de lanzamiento en Cabo Cañaveral. El empuje del vector era sólo un 3 por ciento del que había desarrollado el R-7 durante sus misiones, pero aún podía cumplir con la suya: colocar un objeto, por pequeño que fuese, en órbita alrededor de la Tierra, restaurando de paso el honor americano. La carga del Vanguard-1 tendría una masa que apenas alcanzaría el kilogramo y medio y su diámetro sería el de una fruta mediana.
Por desgracia, las cosas no podrían ir peor. Confiando en que el acontecimiento restaurara la confianza en la habilidad tecnológica de la nación, el despegue fue transmitido por televisión el 6 de diciembre de 1957. Apenas iniciado el ascenso, fueron millones los espectadores que, en directo, vieron como una creciente bola de fuego surgía de uno de los laterales del cohete, cerca de la base y del motor. Falto del empuje necesario, el Vanguard se inclinó hacia un lado y, cayendo estrepitosamente, estalló al chocar contra el suelo. El satélite, rápidamente desprendido de la nariz del vector por las fuertes vibraciones, se salió de su cono y golpeó también la superficie. Sin sufrir excesivos daños, los técnicos aún pudieron oír a su transmisor emitiendo el mismo bip-bip que habían esperado detectar en órbita.
El suceso supuso otro golpe muy fuerte para la confianza americana. Con sutil ironía, los soviéticos llegaron a proponer la inclusión de los EE.UU. en su programa de ayuda tecnológica para países subdesarrollados. De pronto, los ciudadanos estadounidenses empezaron a preguntarse sobre si su sistema educativo era el adecuado, si su sistema político era capaz de afrontar los retos del mundo moderno, y si los avances soviéticos, extrapolados al área militar, suponían una amenaza real para su seguridad.
Todo quedaba ahora en manos de von Braun y su equipo. Los avatares lógicos del ensayo de cualquier sistema experimental podrían suponer, en esta ocasión, el hundimiento definitivo de las expectativas norteamericanas y el inicio de una espiral de consecuencias imprevisibles. Con esta responsabilidad, el alemán y sus hombres prepararon en un tiempo récord a su mejor Redstone y, bajo el nombre de Juno-I, lo lanzaron al espacio el 31 de enero de 1958. El resultado de su exitosa misión fue el Explorer-1, el primer satélite americano.
El pequeño vehículo, de apenas 5 kilogramos, trajo consigo el primer descubrimiento de la era espacial: las bandas de radiación de Van Allen que rodean a la Tierra. En realidad, el Sputnik-2 había sido el primero en detectarlas, pero sus propietarios se habían visto incapaces de captar las señales que delataban algo tan evidente. La razón: carecían de la adecuada red de estaciones de seguimiento a lo largo de todo el planeta, desafortunada consecuencia de la cerrada política comunista. Cuando el Sputnik-2 se encontraba sobre la U.R.S.S. y por tanto al alcance de las antenas de este país, su órbita se encontraba debajo de los cinturones de radiación, de manera que sus detectores no medían nada de particular. Cuando el vehículo atravesaba los cinturones se encontraba en su apogeo (máxima distancia respecto a la Tierra), y las señales con la sorprendente noticia, indescifrables, llegaban sólo a las estaciones australianas y sudamericanas. Moscú, incomunicada con el mundo exterior, se negó a sí misma el éxito de una nueva primicia. No sería la última decepción causada por esta particular idiosincrasia...
Una forma de resolver el entuerto era demostrar que la U.R.S.S. dominaba en el espacio también en el área científica. El primer verdadero satélite ruso, el Object-D, ya estaba listo y podría ocuparse de ello.
Para poner en órbita el pesado vehículo (1.327 kilogramos), habría que efectuar diversas modificaciones en el diseño inicial del misil R-7. La versión I.C.B.M. seguiría volando en misiones de prueba (como el 8K71 M1-11 del 30 de enero de 1958, que perdió el control tras la separación de los aceleradores; el 8K71 M1-6 del 12 de marzo, que tuvo que volver a ser retirado de la rampa; el 8K71 M1-10 del 29 de marzo; o el 8K71 M1-12 del 4 de abril), pero estaba claro que para las aplicaciones espaciales el cohete tenía que ser adaptado y optimizado continuamente.
La versión 8A91 fue diseñada entre 1956 y 1957 con el único objetivo de poner en órbita al Object-D. La sustitución de este último por el PS-1 aparcó sólo temporalmente la puesta a punto del cohete, el cual, para mejorar sus prestaciones, fue equipado con versiones avanzadas de los motores RD-107 (8D76) y RD-108 (8D77). Se obtenía un menor empuje (388 toneladas) pero el impulso específico fue mejorado en unos dos y cinco segundos, respectivamente.
El primer Object-D debía haberse llamado Sputnik-3 pero no llegó a alcanzar el espacio. Se inauguraba de esta forma una larga serie de fracasos espaciales que siempre serían ocultados para no perjudicar la imagen de impoluta perfección que había caracterizado a los primeros intentos orbitales soviéticos. El lanzamiento del 27 de abril de 1958 (8A91 B1-2) resultó fallido debido a problemas de vibraciones con los motores laterales del cohete, que estalló a los 88 segundos del despegue, alcanzando sólo unos 15 kilómetros de altitud. En medio de un amplio despliegue de personal y de un gran secretismo, el destrozado vehículo fue recuperado. Una vez desmontado, algunos de sus instrumentos aún funcionaban, un signo de la robustez de sus mecanismos.
Korolev quería estudiar a fondo lo ocurrido, pero Khrushchev no le dejaría. A las puertas de una importante votación en Italia, un éxito de este calibre reportaría sin duda millones de votos al hermano Partido Comunista italiano. Por eso, el Sputnik-3 (primer Object-D con éxito) volaría finalmente el 15 de mayo (vector 8A91 B1-1).
Lo hizo tras una serie americana con diversa fortuna (Vanguard TV-3BU el 5 de febrero; Explorer-2 el 5 de marzo; Vanguard-1 el 17 de marzo; Explorer-3 el 26 de marzo; y Vanguard TV5 el 28 de abril). Los ingenieros habían instalado esta vez un grabador para recoger a bordo los resultados que emitían sus instrumentos durante los momentos de no visibilidad de las antenas terrestres, pero un fallo técnico impidió su funcionamiento, con lo que los científicos sólo pudieron hacerse una idea parcial de los fenómenos investigados (incluidos los cinturones de Van Allen, todavía no descritos por el equipo americano del Explorer-1).
Las próximas semanas serían frenéticas. El Gobierno quería más, pero otro tipo de dificultades impedirían avanzar demasiado rápido. Tres nuevos satélites se encontraban casi listos y esperando su lanzamiento. Sin embargo, no volarían jamás: Korolev había dirigido su atención hacia un objetivo más atractivo cuyo nombre era "Luna".
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