EL PRIMER HOMBRE EN EL ESPACIO
La intensa actividad soviética de este período, que supuso su consagración como la primera potencia espacial, provocó una auténtica revolución en los EE.UU. Como ya hemos mencionado, el 1 de octubre de 1958 entraría en vigor la resolución por la cual se creaba la agencia espacial norteamericana, la N.A.S.A. Mediante esta maniobra política, se intentaba reagrupar bajo una sola cabeza visible a casi todos los programas espaciales del país. Sólo de esta forma los Estados Unidos podrían adquirir el lugar en la Carrera Espacial que verdaderamente les correspondiera. Varios centros de investigación aeronáutica y espacial le fueron transferidos, sirviendo su antecesor, el N.A.C.A. (National Advisory Committee for Aeronautics), como la piedra fundacional de tan conocida institución. La N.A.S.A., que había sido pensada para aglutinar todos los esfuerzos astronáuticos con fines pacíficos, trazó sus propios planes, además de continuar o modificar los ya existentes. Entre ellos destacaba uno, el programa Mercury, que preveía llevar a un hombre hasta el espacio. Evidentemente, tras el viaje de la perrita Laika, ésa era también la intención de la U.R.S.S. Confirmando su claro interés en la empresa, la N.A.S.A. seleccionó a sus primeros astronautas el 2 de abril de 1959, formando el pequeño y famoso grupo de héroes que a partir de entonces sería conocido como "los Siete Magníficos".
Eran éstos los mejores pilotos de la Fuerza Aérea americana. Sin duda, gente acostumbrada a la presión y al riesgo, hombres que habían volado en aviones militares en condiciones límite y que sabían cómo reaccionar ante cualquier eventualidad. Algunos habían viajado a bordo de avanzados prototipos de aviones y consideraban a la cápsula Mercury como un vehículo experimental más. Inteligentes y hábiles, preferían "sentirse a los mandos" de su aparato, incluso en los momentos más difíciles, así que presionaron a los ingenieros para que dotasen a la nave de los suficientes recursos de pilotaje. No deseaban sentirse como "conejillos de indias", indefensos en el interior de una cáscara metálica y hermética.
Como pilotos de prueba, entraban en una región desconocida, donde se convertirían en auténticos pioneros. Ciertamente, y aunque la idea del viaje al espacio era un sueño muy antiguo, no se había tomado en serio hasta hacía muy poco tiempo, y casi siempre por motivos militares. A principios de los años Cincuenta abundaron las propuestas de aviones bombarderos cuyas trayectorias los llevaban hasta la frontera entre la atmósfera y el espacio. Inseguros sobre los efectos de las altas velocidades y la ingravidez sobre el organismo vivo, se lanzaron monos, ratones y otros animales a bordo de cohetes sonda y misiles de prueba (V-2/Hermes, Aerobee, Thor-Able, etcétera). Al mismo tiempo, los primeros aviones supersónicos destrozaban la barrera del sonido y prometían seguir volando cada vez más alto, cada vez más rápido.
El "shock" del Sputnik-1 disparó todas las alarmas. La Fuerza Aérea norteamericana se lanzó a desarrollar un vehículo alado (X-20 Dyna Soar) que despegaría sobre un cohete convencional, listo para realizar tareas de espionaje tripulado desde la órbita, incluyendo la inspección de satélites enemigos. Adelantándose en un par de décadas a la actual lanzadera espacial, el Dyna Soar pasaría por innumerables peripecias técnicas y presupuestarias y acabaría siendo cancelado para ser sustituido por el M.O.L., un laboratorio militar también tripulado, el antecesor de las actuales estaciones orbitales que a pesar de todo tampoco llegaría muy lejos.
Era necesario demasiado tiempo y recursos para hacer avanzar suficientemente la tecnología aeronáutica y convertir a los aviones en naves espaciales. Ésta era la opción preferida, ya que los aviones son maniobrables y reutilizables, pero la U.R.S.S. no parecía dispuesta a esperar ni un segundo, como el vuelo del Sputnik-2 (con la perrita Laika a bordo) se encargó de demostrar.
Ante este panorama, se trataba de lanzar cuanto antes a un hombre al espacio (no sólo a un satélite), aunque se tratase de un programa de claro final y poco futuro. Von Braun, siempre dispuesto a aportar soluciones de emergencia, propuso el uso de su misil Redstone para lanzar a un astronauta en el interior de una cabina presurizada, en una trayectoria suborbital cuyo punto más alto estuviese fuera de la atmósfera (unos 240 kilómetros). No era un viaje orbital pero se le parecía, y podría hacerse de forma relativamente rápida. El llamado Proyecto Adam (bautizado así en honor al primer ser humano bíblico), tenía su lado militar: para propiciar su aprobación por parte del Ejército americano se propuso el uso de este sistema para enviar soldados a enormes distancias. El proyecto fue rechazado por su aparente ínfimo valor científico y sería rápidamente olvidado durante 1958. Como fue olvidada una propuesta de colaboración entre el Ejército y la Fuerza Aérea (Man Very High).
La Fuerza Aérea diseñó, por su parte, su proyecto MISS (Man In Space Soonest, un Hombre en el Espacio lo Antes Posible). En junio de 1958, un plan oficial consideraba un gasto de 99 millones de dólares para un primer lanzamiento a bordo de un cohete Atlas en abril de 1960. Se recibieron incluso once propuestas procedentes de la industria aeroespacial sobre cómo llevar a cabo la iniciativa.
Cuando en octubre de 1958 la N.A.S.A. adoptó el papel preponderante en el escenario civil, todos los programas relacionados con la puesta en órbita de un hombre fueron transferidos a la agencia. La nueva iniciativa recibiría incluso un nombre más adelante: Proyecto Mercury. El 7 de octubre, era aprobado y sus objetivos definidos: enviar un hombre a la órbita, investigar sus capacidades y reacciones en el espacio y traerlo de regreso y a salvo a la Tierra. La selección de los siete astronautas (2 de abril de 1959) que deberían volar en las Mercury fue el punto culminante y sin retorno de un largo proceso que aún perdura.
La principal decisión, sin embargo, sería la elección del diseño de la cápsula Mercury. Como ya se ha dicho, tal selección resultaría en cierto modo forzada por las circunstancias. No era éste el camino elegido originariamente para acceder al espacio, ni siquiera el más lógico. Desde principios de siglo, la historia de la aviación se había escrito merced a continuos récords de altitud y velocidad. Nadie dudaba que, eventualmente, algún día, un avión alcanzaría la velocidad y la altitud necesarias para rodear la Tierra como un satélite artificial. ¿Por qué no esperar, entonces, a que ello se produjese? El camino estaba abierto: el X-1 se había convertido en el primer aparato tripulado capaz de superar la velocidad del sonido (Mach 1), y uno de sus aventajados sucesores, el famoso X-15, equipado con la más moderna tecnología, superaría todos los récords existentes, hasta el punto que sus pilotos adquirieron pronto el calificativo de "astronautas". No faltaron propuestas encaminadas a colocar a un X-15 en órbita. Hubiera sido capaz de reentrar y aterrizar planeando, como el actual transbordador espacial. El avión aeroespacial podría ser además reutilizado un gran número de veces.
La cruda realidad, sin embargo, era otra. Había un método mucho más rápido y sencillo para situar a un vehículo alrededor de la Tierra: las cápsulas balísticas. Éstas, aunque primitivas y menos sofisticadas, podían cumplir ese mismo objetivo si eran lanzadas por potentes cohetes desechables. Aunque esta técnica no parecía tener un inmediato futuro, sería la utilizada por la U.R.S.S. en su particular carrera por colocar a un hombre en el espacio (carecían de la tecnología necesaria para abordar otra alternativa), así que la N.A.S.A. se vio obligada a continuar por este camino si no deseaba verse superada y sufrir de nuevo el llamado "síndrome del Sputnik".
El enorme compromiso quedó depositado en las manos (y los cerebros) del personal del Langley Research Center, uno de los centros de la N.A.S.A. heredados del N.A.C.A. y uno de los laboratorios aeronáuticos más antiguos del mundo. El 6 de octubre de 1958, se iniciaron las conversaciones con los organismos que en principio deberían proporcionar los cohetes lanzadores: por un lado la Army Ballistic Missile Agency (misiles Redstone y Jupiter) y por otro la Air Force Ballistic Missile Division (Atlas). Al día siguiente, el reluciente nuevo administrador de la agencia espacial, T. Keith Glennan, aprobaba los planes para un proyecto de satélite tripulado.
No es que al presidente de la nación le importara especialmente enviar un hombre al espacio, una tarea que suponía inútil, pero el clima se había enrarecido tanto que no había más remedio que empezar a avanzar en ese sentido o la Unión Soviética volvería a adelantarse. Glennan captó el mensaje y el 23 de octubre las especificaciones de la cápsula fueron distribuidas a los potenciales contratistas. También se ideó un cohete para ensayar exclusivamente la cápsula a baja altura, el Little Joe, cuyo desarrollo debería iniciarse de inmediato.
El 5 de noviembre, parte del personal del Langley era transferido a un nuevo y definitivo grupo de trabajo, el Space Task Group, el cual, con el tiempo, quedaría establecido en Houston como el Johnson Space Center, la sede de todos los vuelos tripulados americanos.
Tanta era la importancia del programa que el 14 de noviembre se solicitó la clasificación de prioridad DX, la cual fue concedida el 27 de abril de 1959. El futuro Mercury sería tan esencial como un arma nuclear.
Sin que la rueda se detuviera ni por un momento, se requirió el uso de un primer cohete Atlas para un ensayo orbital. Se utilizaría una maqueta para el experimento. Se encargaron hasta 15 Atlas, algo que Korolev nunca se hubiera podido permitir dada la escasez de sus vehículos.
Cuando el 26 de noviembre el programa fue bautizado oficialmente como Mercury, las empresas que participaban con propuestas de diseño estaban finalizando ya sus informes. El 11 de diciembre, éstos se encontraban sobre la mesa del cuartel general de la N.A.S.A. Al mismo tiempo, se contrató a North American Aviation para la construcción del Little Joe, cuyos primeros dos ejemplares fueron entregados el 28 de mayo de 1959. En estos tiempos, las cosas se hacían deprisa...
Enero de 1959 fue el mes de las grandes decisiones: primero se definieron las guías maestras que regirían las elección de los astronautas candidatos, y después se eligió a la compañía McDonnell Aircraft Corporation para el desarrollo de la cápsula. También se abandonó la posibilidad del uso de cohetes Jupiter para las pruebas del sistema.
La nave seguiría las recomendaciones de ingenieros del Langley como Maxime Faget: una cápsula cónica de fondo ligeramente redondeado, característica que facilitaría su frenado aerodinámico durante la reentrada atmosférica y que proporcionaría una cierta maniobrabilidad. Sólo permitiría un pasajero y estaría protegida con un escudo térmico inferior para evitar la incineración durante el rozamiento propio del descenso.
Siguiendo un ritmo frenético, se iniciaron las pruebas de aborto de misión en tierra, se describieron las necesidades de seguimiento de la nave, la forma de recuperación, etcétera. En julio de 1959, se encargó a B.F. Goodrich el diseño y elaboración de los trajes espaciales. Durante los siguientes meses del año se efectuarían múltiples ensayos de propulsión y de aborto en vuelo (la cápsula debía poder escapar en caso de accidente gracias a una torre-cohete de salvamento). En definitiva, una secuencia trepidante para un programa de dudosa "utilidad científica".
En un principio, la N.A.S.A. sabía que sólo tenía permiso para esta aventura orbital, pero ya soñaba con el viaje a la Luna, de modo que debía empezar a pensar en cómo construir un cohete capaz de tal trabajo. Ninguno de los vectores disponibles podría enviar una nave tripulada hacia nuestro satélite, y mucho menos permitir que ésta se posara sobre ella. En efecto, para América, el principal problema recaía en su inferioridad en el ámbito de los cohetes. Por ello, von Braun, que aún trabajaba para el Ejército, recibió el encargo de desarrollar un lanzador que superase esa desventaja. Hasta ese momento, los Redstone, Jupiter, Thor y Atlas eran utilizados como vectores espaciales, pero sus correspondientes cargas útiles no se acercaban ni de lejos a la que un R-7 Semyorka podía satelizar. Entonces, Von Braun diseñó el Juno-V, después llamado Saturn-I, un cohete con ocho motores H-1 (basados en los del Jupiter/Thor) en la primera etapa capaz de poner en órbita de 10 a 20 toneladas, veinte veces más que el más potente del arsenal americano. La solución técnica elegida fue parecida a la que adoptó Korolev en su día: a falta de motores más potentes, se decidió agrupar ocho depósitos procedentes de cohetes Redstone, rodeando a uno solo, mayor, perteneciente a un misil Jupiter (nadie sabía cómo hacer tanques más grandes). En la segunda etapa, se exploraría la posibilidad de emplear propulsión criogénica. Al mismo tiempo, sin misión definida, se decidió el desarrollo de un super-motor, más adelante denominado F-1, que abriese las puertas de América hacia empresas más importantes. El Saturn, así como von Braun y todo su equipo, fueron transferidos a la N.A.S.A. el 16 de marzo de 1960.
Sin duda, se trataba de una importante adición para la agencia. Von Braun y sus "alemanes" habían dotado al Ejército con una capacidad misilística temprana, pero además, su compromiso con la astronáutica estaba fuera de toda duda. El líder alemán lo había demostrado repetidamente, y no sólo con su participación en el Proyecto Orbiter, el Explorer-1 o por sus futuristas ideas de estaciones espaciales, aparecidas en la revista Colliers a mediados de los Cincuenta. Von Braun también pensaba en la Luna, y su aportación podría ser interesante en un posible proyecto tripulado de este tipo.
Corrobora este punto el famoso Proyecto Horizon, un estudio con fecha 9 de junio de 1959 por el que se describe la participación del Ejército estadounidense en la posible construcción de una colonia lunar militar. Equipada con diverso material y hasta 20 personas, la base tendría un "considerable interés científico y militar". Políticamente, los rumores de que los soviéticos querían celebrar su 50 aniversario de la Revolución (1967) con una permanencia humana en la superficie de nuestro satélite parecían justificación suficiente para cualquier iniciativa de este tipo. Sin embargo, el proyecto permaneció secreto durante mucho tiempo y no llegó a fructificar por su enorme coste.
Desde el punto de vista técnico, el proyecto Horizon ya mencionaba el uso de cohetes Saturn, astronaves similares al Apolo, etcétera, y puede considerarse como una de las bases más sólidas sobre las que se edificó después el programa lunar tripulado americano.
La naturaleza civil de la N.A.S.A. implicaba automáticamente una gran apertura informativa. Por eso, cuando Korolev supo del Saturn, y ante el peligro de que este vehículo ocupase en el futuro el lugar preponderante que ahora estaba teniendo su R-7, propuso un nuevo cohete capaz de satelizar entre 40 y 50 toneladas de peso (el doble que el candidato rival). El proyecto original, denominado 11A52, consistiría en un cohete de tres etapas. El vehículo, que a diferencia del Semyorka no usaría aceleradores, se llamaría Nositel-1 (N-1 o Transporte-1) aunque no sería aprobado hasta enero de 1960. Korolev también inició los estudios de otro vehículo más, denominado N-2, capaz de enviar al espacio entre 60 y 80 toneladas y equipado con una etapa nuclear. No llegó a construirse.
El ingeniero jefe, además, preparaba otro golpe de efecto: el primer cosmonauta de la historia. Había empezado a pensar seriamente en ello hacia 1957, cuando se supo poseedor de las herramientas precisas para tal aventura. La empresa, por supuesto, era muy ambiciosa: nunca hasta entonces se había recuperado una astronave procedente del espacio, ni se había obtenido la suficiente fiabilidad en los cohetes utilizados para su lanzamiento. El principal problema era la reentrada: la nave debía desacelerar desde su velocidad orbital (unos 29.000 km/h) hasta poder posarse suavemente, y hacerlo en un lugar predeterminado para que un equipo de rescate pudiera actuar en caso necesario. Este proceso implicaría un rozamiento atmosférico excesivo, y con ello alcanzar temperaturas altísimas, suficientes para convertir en plasma el aire que rodearía a la cápsula durante el descenso.
En un principio, Korolev había seleccionado una nave semejante a la Mercury americana, es decir, cónica, maniobrable y capaz de amerizar en el océano. Su base casi plana le permitiría una cierta sustentación aerodinámica, así como una pequeña libertad de movimientos durante el cadalso de la reentrada. Este diseño, además, produciría menores desaceleraciones, más soportables para el tripulante. Por desgracia, Khrushchev opinaba que los cosmonautas debían aterrizar en Suelo Patrio y no en el mar, donde no hubiera espías observando el regreso de los héroes de la Unión Soviética. Como además no era suficientemente conocida la dinámica de una cápsula cónica en la atmósfera a tales velocidades, Korolev tuvo que cambiar de opinión y diseñar una cápsula más sencilla, que resistiera el impacto contra el suelo y cuyo comportamiento atmosférico fuera conocido. El resultado fue una cápsula esférica poco sofisticada y muy pesada.
Una esfera sólo podía efectuar un descenso balístico a través de la atmósfera, y no tenía ninguna posibilidad de cambiar su trayectoria. Su rápida desaceleración produciría asimismo una carga de 10 Gs (10 veces la fuerza de la gravedad) sobre el cosmonauta, durante más de un minuto; un gran reto para cualquier cuerpo humano pero soportable en ciertas condiciones y siempre en hombres entrenados. Por otro lado, la cápsula debería estar protegida con un escudo capaz de disipar el enorme calor reinante durante el descenso. Ante la contrariedad de Korolev, la masa que ello suponía implicaba que parte de la nave (la zona de equipos y los motores de maniobra) debería quedarse en órbita antes del regreso, y que no sería posible instalar un sistema de propulsión que amortiguase el aterrizaje final. Debido a esta circunstancia, se decidió en abril de 1958 que el piloto abandonase la nave antes de que ésta tomase tierra, evitando así que pudiese resultar herido en el impacto. El cosmonauta saltaría en paracaídas a unos 7 kilómetros de altitud, expulsado por su asiento autopropulsado, y se posaría a poca distancia de su vehículo. Esta propuesta, junto al resto del plan, fue presentada y aprobada en noviembre de 1958. Sin embargo, se decidió no dar a conocer el hecho de que el primer cosmonauta soviético se vería obligado a abandonar su nave antes del aterrizaje. Según las reglas de la Federación Astronáutica Internacional, un vuelo tripulado sólo sería homologado si el piloto permanecía en el interior de su nave durante todo el viaje. Temerosos de que su hazaña fuese devaluada en Occidente, prefirieron ocultar la realidad durante algún tiempo.
A mediados de los años Cincuenta, Korolev creía que el primer vuelo tripulado orbital debía ser precedido por varios otros en trayectorias suborbitales e incluso verticales para comprobar la respuesta del hombre a las nuevas sensaciones. Cuando los cohetes de finales de los Cuarenta, entonces meras adaptaciones de la V-2 alemana original, empezaron a ser lo bastante potentes, se decidió utilizar algunos vuelos científicos para ensayos biológicos, incluyendo diversos pasajeros vivos a bordo. Tras probar serpientes, conejos y otros animales, los ingenieros empezaron a usar perros, ya que podían ser entrenados más fácilmente. Se seleccionaron 24 canes y algunos de ellos empezaron a ser lanzados en rutas de gran altitud. En una primera fase (desde 1949), se alcanzaron los 96 kilómetros, después 192, y más tarde, aún se llegó más lejos. Se utilizaban para ello cohetes V-5A y otros de parecida y primitiva naturaleza. Gracias a éstos y a los perros que viajaron en su interior, los soviéticos consiguieron probar a seres vivos en aceleraciones cinco veces superiores a la de la gravedad, y también en ingravidez durante más de 370 segundos. Los perros, lanzados desde el cosmódromo de Kapustin Yar, eran equipados con trajes y escafandras herméticas y en muchos casos podían ser recuperados después de su viaje.
Con todo este bagaje, Korolev creía firmemente que antes del vuelo orbital un hombre debía seguir los pasos de sus antecesores caninos, y también que éste no debía efectuarse hasta 1964 o 1965. Nadie sabía qué le ocurriría a un ser humano durante una exposición prolongada a la falta de gravedad, los micrometeoritos o los rayos cósmicos. Los americanos preparaban una serie de vuelos de prueba suborbitales, utilizando cohetes Redstone. Los soviéticos debían hacer lo mismo, así que se idearon misiones con altitudes máximas cercanas a los 200 kilómetros, trayectorias en forma de arco balístico, de no más de 15 minutos de duración y unos 5 minutos de ingravidez. Para hacerlas realidad, Korolev diseñó varias alternativas. El omnipresente Tikhonravov también hizo lo propio (proyecto WR-190), contemplando un posible vuelo tripulado por dos sujetos.
Pero ante las dos opciones (suborbital/orbital), se desencadenó una lucha interna entre ingenieros y científicos. Un programa de ensayos suborbitales supondría un tiempo precioso y un coste que no estaban seguros de poder permitirse. En mayo de 1958, Korolev organizó una reunión definitiva y se decidió emprender directamente el vuelo orbital. Además, las repercusiones y la importancia del Sputnik-1 no dejaban lugar a dudas: el intento debía hacerse lo antes posible o los americanos se alzarían con la primicia gracias a su propio proyecto (el que se llamaría Mercury). No sólo eso, la nación no podía detenerse ni un instante. Proyectos cada vez más ambiciosos debían ser iniciados (como un cohete impulsado por propulsión nuclear, en competición con el NERVA americano, que fue iniciado pero abandonado en diciembre de 1959), para que algún día los hijos de la Madre Patria pudiesen volar hacia la Luna.
Antes, sin embargo, había que convencer al Gobierno, lo cual quizá no sería demasiado difícil en vista del éxito obtenido con los Sputnik. Para comprobarlo, Korolev preparó una carta detallando su propuesta en julio de 1958. Si bien fue recibida con cierto interés, las dificultades, curiosamente, provendrían de otro lado: los militares creían que una misión tripulada no proporcionaría el mismo provecho que una nave automática recuperable, diseñada para fotografiar suelo enemigo. Sería más barata y podría utilizarse más a menudo. No era un secreto que los americanos, con el programa Discoverer, ocultaban su propia constelación de misiones espía, y ante ello los soviéticos ya partían con desventaja.
El centro de diseño de Korolev, el OKB-1, no tenía los recursos humanos ni económicos necesarios para afrontar el desarrollo de dos programas de tal magnitud de una manera simultánea. Por fin, en noviembre se llegó a una solución de compromiso, dando prioridad a la cápsula tripulada (el programa Mercury iba en serio), la cual después sería modificada para servir como nave espía (se eliminarían ciertos sistemas y se colocarían en su lugar potentes cámaras fotográficas). El diseño podía ser compartido dado que ambas necesitaban regresar a la Tierra y ser recuperadas intactas.
La cápsula, en su versión militar, se haría llamar Zenit. En lo sucesivo sería construida en múltiples versiones, siendo muy utilizada. Sus orígenes son oscuros: un prototipo preliminar de satélite espía, denominado Object OD-1 (Orientirovanny D-1, u Orientado D), semejante al programa Corona estadounidense y estabilizado de forma pasiva, fue aprobado hacia 1956 de manera preliminar. Con una masa de unos 1.500 kilogramos, sólo su cápsula cónica superior reentraría con las cámaras y la película. La extrema dificultad de esta época, en la que los ingenieros debieron poner a punto al Sputnik-1 y a sus sucesores, incluyendo las sondas lunares, casi paralizaron la definición del OD-1, el cual, para más inri, pesaba 400 kilogramos más de lo que la capacidad de su cohete lanzador (basado como siempre en el misil 8K71) permitía poner en órbita.
Paralelamente, se definió una versión todavía más avanzada, la Object OD-2, equipada con un sistema activo de orientación en tres ejes e ideada por el equipo de M.V. Keldysh desde 1955. En vista de la considerable masa de ambos vehículos, se decidió mejorar el R-7 original. La versión 8A92 (capaz de satelizar hasta 1.700 kilogramos, sin etapas superiores) transportaría al Object OD-1, y la 8A93 (hasta 5.000 kilogramos, con etapa superior) haría lo propio con el Object OD-2.
Cuando llegó el momento de tomar una decisión definitiva acerca del desarrollo de la cápsula tripulada, ambos proyectos convergieron hacia una forma común. El Object OD-1 fue cancelado y su lanzador, el 8A92, también. Este último resucitaría después equipado con un misil 8K74 (R-7A) como primera fase y con una etapa superior con motor RO-7, para lanzar los vehículos espía Zenit-2. La razón: el 8A93, que debía llevar el motor RD-109 desarrollado por Glushko, se encontró con los mismos problemas que paralizaron su utilización en el cohete lunar 8K73.
El satélite espía saldría beneficiado de esta situación. El OD-2, pensado ahora para transportar asimismo a un hombre, pesaría casi 5 toneladas, lo que obligaría a usar el cohete más potente. Así pues, el futuro Zenit se encontraría con una capacidad impensable en la fase preliminar de su diseño. Durante su evolución técnica, el Object OD-2 recibiría diversas denominaciones, establecidas en verano de 1959 en función de su misión final: 1K (primera versión Korabl-Sputnik, aprobada el 22 de mayo de 1959), 2K (satélite espía Zenit-2, aprobado el 25 de mayo de 1959), 3K (cápsula tripulada Vostok), 4K (satélite espía Zenit-4), etcétera.
No le fue fácil a Korolev imponer sus ideas sobre la estructura que debería tener la nave, así como sobre la disposición de sus diversos elementos. Algunos de sus colaboradores querían colocar parte del instrumental en el vacío del espacio, dejando así espacio libre y permitiendo ahorrar peso, pero su ingeniero jefe mantenía una filosofía muy precavida: si no era posible asegurar que la electrónica funcionase en el vacío cósmico (algo que los americanos habían tenido que desarrollar desde el primer momento), entonces era mejor situarlo todo en el interior de un compartimento presurizado, simulando las condiciones existentes en la Tierra a nivel del mar. Esto implicaba una mayor masa al lanzamiento, pero la U.R.S.S. no tenía demasiados problemas en ese sentido. En otros casos, las ideas de Korolev no llegaron demasiado lejos, como su sugerencia de usar rotores de helicóptero para frenar el descenso de la cápsula a través de la atmósfera. A Korolev no le gustaban los paracaídas, pero el mejor fabricante de helicópteros del país le persuadió pronto para que abandonara toda esperanza al respecto. El asunto fue investigado de forma interna en el OKB-1 durante algún tiempo, si bien nunca llegó a ser aplicado.
Mientras se definían cada vez mejor los rasgos de la nave tripulada, llegó el momento de seleccionar a los cosmonautas que deberían viajar en su interior. A finales de 1959, se hizo un llamamiento en la Fuerza Aérea. Los candidatos debían ser jóvenes, así que muchos de ellos tenían poca experiencia de vuelo. Después, se realizó un escrutinio concienzudo de más de 3.000 personas que se presentaron voluntarias. Finalmente, el 11 de enero de 1960 se ponía en marcha el Centro de Entrenamiento de Cosmonautas (TsPk), dirigido por un militar de alta graduación, Nikolai Kaminin, y por Evgeni Karpov. La elección final se hizo el 25 de febrero de 1960, y poco a poco, todos los candidatos llegaron al TsPk para entrar en la rueda de entrenamientos. La lista completa del primer grupo constaba de los siguientes veinte nombres:
-Pavel Belyayev, Valeri Bykovsky, Yuri Gagarin, Viktor Gorbatko, Anatoli Kartashov, Yevgeni Khrunov, Vladimir Komarov, Alexei Leonov, Andrian Nikolayev, Pavel Popovich, Georgi Shonin, Boris Volynov, Dmitri Zaikin, Valentin Bondarenko, Valentin Varlamov, Gherman Titov, Grigori Nelyuvov, Mars Rafikov, Ivan Anikeyev y Valentin Filateev.
Por supuesto, no todos llegaron a volar (sólo doce lo hicieron). Algunos fueron desechados por problemas de disciplina y otros por dificultades médicas o a consecuencia de accidentes.
Korolev, ocupado ya en muchos frentes, organizó un competente equipo de ingenieros que construiría artesanalmente la cápsula en un tiempo récord. En marzo de 1959, todos los planos de la nave estaban listos, y en agosto se troquelaron las planchas de metal que le darían forma. Antes de acabar el año, pudo empezar a ser probada en vuelos simulados. Durante los primeros meses de 1960 fue frecuentemente lanzada desde aviones para comprobar el funcionamiento y la estabilidad de su diseño. Los resultados fueron satisfactorios.
También se ordenó la mejora del cohete R-7, sustituyendo la etapa superior utilizada en el programa Luna por otra más potente, que permitiese satelizar unas 4 toneladas y media de peso. Para las misiones Object 1K (el prototipo de las Vostok, llamado Korabl-Sputnik) debería construirse asimismo un nuevo carenado que sirviese como adecuada protección para la cápsula durante el ascenso.
Para los primeros vuelos de prueba, sin embargo, bastaría con el cohete lunar, el 8K72. Las Korabl comenzarían ensayando paulatinamente los sistemas que serían necesarios para el vuelo tripulado y despegarían a menudo con robots (simples maniquíes con forma humana) y perros a bordo.
Tras una serie de ensayos suborbitales que enviaron a la primitiva Vostok en un arco de más de 1.000 kilómetros de altitud y a 10.000 kilómetros de distancia, sobre el océano Pacífico, llegó el momento de llevarla hasta la órbita. Para entonces, los americanos empezaban ya a hacer conjeturas sobre cuán cerca se encontraban los soviéticos de intentar el lanzamiento de un hombre al espacio. Los ensayos suborbitales, como el de enero de 1960, obligaron a recuperar la cápsula muy cerca de las bases navales estadounidenses, levantando sospechas. Como ya había ocurrido anteriormente, las pruebas podían indicar la fase de preparación de un nuevo misil, así que se movilizó a todos los dispositivos de inteligencia posibles, incluyendo los aviones espía U-2. Un método que América debería abandonar pronto ya que, el 1 de mayo de 1960, Gary Powers fue derribado después de haber sobrevolado territorio sensible de la Unión Soviética (Baikonur). En lo sucesivo, se emplearían sólo satélites de reconocimiento fotográfico pertenecientes al programa Corona, inalcanzables por los sistemas antiaéreos.
Korolev había previsto el lanzamiento de su primera cápsula 1K alrededor de estas fechas. Es posible que el suceso de Powers y su U-2 obligaran a retrasar un poco la partida. En todo caso, ésta se llevó a cabo el 15 de mayo de 1960. La Korabl Sputnik-1 (Nave Espacial-1) fue bautizada Sputnik-4 una vez alcanzada la órbita, aunque internamente se la conoció como 1KP, Vostok-1P e incluso Vostok-A. Su cohete 8K72 L1-11 funcionó sin dificultades, colocando las casi cinco toneladas de su carga útil en la ruta prevista.
La noticia sorprendió a Occidente una vez más. Se trataba de otro récord de masa satelizada, más de lo que necesitaría la N.A.S.A. para situar a un astronauta en el espacio. Además, los soviéticos no ocultaron sus futuras intenciones: la nave transportaba un cosmonauta-maniquí.
Korolev y los otros dos ingenieros principales de la cápsula, Yevgeni Frolov y Oleg Ivanosvski, no tenían intención de recuperar intacto a su muñeco. La razón era muy simple: ante el temor de que el descenso fallara (los sistemas de guiado y orientación aún no eran totalmente fiables) y la cápsula cayese fuera del territorio de la Unión Soviética, se prefirió permitir que se incinerase durante la reentrada. Así, no se la equipó ni con escudo térmico ablativo, ni con paracaídas ni mecanismo de expulsión para el ocupante. No fue mala idea puesto que cuando llegó la hora de ensayar la orientación durante la reentrada, los técnicos detectaron fallos en los sistemas principales. Denegando el uso del sistema secundario, Korolev ordenó el reingreso atmosférico, pero el encendido de los motores, que debían frenar la marcha y permitir el descenso, se hizo en una dirección errónea, lo que supuso alcanzar una órbita aún más elevada. Sin combustible para corregir la situación, la Korabl Sputnik-1 permanecería en órbita hasta 1965.
El programa Vostok se había convertido ya en un poderoso secreto de Estado y en objeto de especiales medidas de seguridad. De nuevo, la política entraba en escena. Como contrapartida a esto, los científicos se habían visto imposibilitados de examinar el estado de la cápsula, con lo que se había incurrido en un cierto retraso.
¿Era justificado tanto secretismo? En el medio ambiente de la época, probablemente sí. Los planes de Korolev eran mucho más que un simple programa tripulado y su descubrimiento por parte de los americanos podría hacer peligrar la superioridad demostrada en esos momentos por los soviéticos.
Por ejemplo, hacia el 30 de mayo, Korolev presentó la lista de proyectos, algunos iniciados y otros no, que tenía en mente llevar a cabo durante los próximos años. Entre ellos destacaban los cohetes N-1 y N-2, la nave tripulada KS (capaz de acoplarse y que más adelante se convertiría en la Soyuz), la nave tripulada KL (para vuelos circunlunares), la nave tripulada interplanetaria KMV (conocida más adelante como TMK-1), sondas M (hacia Marte), V (hacia Venus) y E (hacia la Luna), el cohete UR-500 (futuro Proton), los aviones espaciales K (Kosmoplans, para la exploración de Marte y Venus), las cápsulas Vostok y Vostok Zh, versiones para reconocimiento fotográfico, estaciones espaciales OS y diversos satélites militares y científicos (US, Elektron, DES, IS, etcétera). Algunos de estos proyectos nunca llegarían a fructificar.
Volviendo al día a día, la siguiente misión de la serie Korabl, llevada a cabo el 28 de julio, no alcanzó el espacio debido a una explosión en el cohete portador. El cohete 8K72 L1-10 despegó normalmente desde Baikonur, pero unos 17 segundos después de la ignición, el motor 8D74 del acelerador B se estropeó provocando la rotura de este último y después la de todo el vehículo. Los restos de la primera cápsula 1K completa tuvieron que ser recuperados pieza a pieza. Existen rumores de que a bordo viajaban los perros Chaika y Lisichka, listos para demostrar el buen comportamiento de la versión biológica de la nave Vostok-B (Vostok-1K número 1), incluyendo la reentrada y el aterrizaje.
El Sputnik-5, más afortunado, fue lanzado el 19 de agosto. También llamado Korabl Sputnik-2 (Vostok-1K número 2), completó por primera vez el perfil demandado por quienes deseaban ver a la Vostok tripulada por un cosmonauta real cuanto antes. El cohete 8K72 L1-12 actuó bien y tras su pertinente vuelo orbital, la cápsula 1K fue enviada de regreso a la Tierra. Los sistemas de orientación, los escudos y los paracaídas funcionaron a su debido tiempo, convirtiendo a la misión de la nave en un evento noticiable. La primicia de la recuperación había sido pocos días antes superada por una nave americana, la Discoverer-13, un vehículo espía Corona que se convirtió en el primer objeto lanzado por el Hombre que regresó a la Tierra y fue recogido intacto. El Sputnik-5, empero, tenía algo mucho más importante en su interior: dos perros, llamados Strelka y Belka, a la sazón los primeros seres vivos que regresaron sanos y salvos de un viaje al Cosmos, y cuyo comportamiento había podido ser seguido gracias a una cámara de televisión. Con ellos se encontraban varias ratas y ratones, insectos, plantas y semillas. El asiento tractor, ahora una especie de arca volante, fue lanzado fuera de la cápsula poco antes del aterrizaje y recogido tal y como estaba previsto.
Satisfechos por lo acontecido, Korolev y los suyos veían más cerca el día en que embarcarían a un ser humano en la Vostok. Los animales, que serían examinados después, no demostraban haber sufrido daños por su estancia temporal en ingravidez, ni por la acción de los rayos cósmicos. Eso sí, Belka se convirtió en el primer organismo vivo en experimentar el famoso mareo espacial, y vomitó en la órbita cuatro, lo que hizo recomendar la realización de una sola órbita para el primer cosmonauta, cuyo viaje estaba previsto entonces para diciembre.
Dicho vuelo, por el momento, no llegaría a producirse. Tras múltiples retrasos por problemas técnicos, había llegado el momento de probar un nuevo misil intercontinental más adecuado que el R-7. El R-16 (Tsiklon-1), a diferencia de este último, utilizaba propelentes almacenables, es decir, que podían permanecer mucho tiempo dentro de los tanques, lo que permitía su lanzamiento de una forma más rápida. El día 24 de octubre, el Tsiklon debía ser lanzado en una ruta balística, pero diversos fallos eléctricos y escapes conspiraban para mantenerlo en tierra. El vehículo, con los depósitos llenos, fue rodeado por técnicos que intentaban desesperadamente resolver las dificultades. De pronto, una chispa eléctrica en la segunda fase del cohete inició un incendio. Casi de forma inmediata, la primera etapa estalló, esparciendo fuego y combustible por toda la rampa de lanzamiento. La mayoría del personal adyacente (52 personas) fue incinerado al instante o asfixiado por los gases venenosos, mientras que otros (32) perecieron a posteriori debido a las gravísimas quemaduras. En el accidente murió también un militar de alta graduación, Mistrofan Nedelin, el comandante de las tropas encargadas del sistema de misiles de la Unión Soviética.
El desastre fue ocultado por sus implicaciones políticas y militares y durante un cierto tiempo en Occidente se creyó que la explosión había estado relacionada con un posible intento de lanzamiento de una sonda en dirección a Marte. Tuvo que iniciarse una investigación en toda regla y como medida de precaución se suspendió la misión tripulada prevista para diciembre. Se efectuaría en su lugar al menos otro ensayo sin tripulante.
El próximo vuelo puso de manifiesto, no obstante, otra peligrosa posibilidad: el Sputnik-6 (Vostok-1K número 3, Korabl Sputnik-3) alcanzó la órbita el 1 de diciembre de 1960 (cohete 8K72 L1-13) pero cuando llegó el momento del regreso, el retrocohete no funcionó bien, impidiendo la maniobra. El motor no se apagó en el momento previsto, causando una penetración atmosférica demasiado angulada. Los dos perros que transportaba a bordo, Pchelka y Mushka, quedaron atrapados sin posibilidad de recuperación y murieron carbonizados. ¿Qué ocurriría si algo así pasaba con un hombre a los mandos de su nave? Korolev decidió el rediseño del retrocohete, y también sugirió que las cápsulas Vostok fuesen satelizadas en órbitas muy bajas, de tal modo que pudiesen reentrar por sí solas a los pocos días del lanzamiento si algo iba mal en los motores, gracias al rozamiento atmosférico y al decaimiento natural de la órbita.
El primer cosmonauta, pues, debería esperar un poco más, ya que no volaría hasta que se llevase a cabo al menos una misión totalmente exitosa.
El retraso permitió ensayar la cuarta Vostok-1K junto al modelo de cohete que se emplearía para los vuelos tripulados y también para otros programas. Se trataba del 8K72K, igual a su antecesor exceptuando ligeras modificaciones en los motores inferiores, la instalación de un sistema de control mejorado y un motor más potente en la etapa superior. Esta última, el Bloque E, sería equipado con el motor RO-7 (8D719), basado en el RO-5 aunque construido en las instalaciones y por ingenieros del centro OKB-154 (Kosberg) entre septiembre de 1959 y diciembre de 1960. Aumentaba el empuje de 5,04 a 5,56 toneladas, cumpliendo con los requerimientos de una nave tripulada (más pesada).
Parece que los esfuerzos de Kosberg no fueron bien recompensados ya que la nave lanzada el 22 de diciembre sólo pudo ser colocada en una ruta suborbital debido a un rendimiento insuficiente del motor RO-7. El primer 8K72K (L1-13A) empezaba mal su andadura a pocos meses vista del gran día. Los medidores de velocidad indicaron un empuje inferior al esperado, de modo que se procedió a abortar el ascenso. La cápsula fue separada, con los perros Shutka y Kometa en su interior. Una gran parábola la llevó hasta las cercanías del remoto río Stony Tunguska.
Los equipos de rescate se desplazaron de inmediato, pero el lugar estaba muy lejos de Baikonur y de cualquier lugar habitado. Esto retrasaría su llegada, una dificultad añadida, ya que los paranoicos soviéticos, temiendo que algún día una de sus naves cayese en manos extranjeras, instalaron un dispositivo de autodestrucción que se activaba en unas 60 horas. Las condiciones meteorológicas, por otro lado, eran malas. Finalmente, se enviaron a la zona dos equipos, uno desde Baikonur para recuperar la cápsula y sus pasajeros, y otro desde Leningrado para desconectar el sistema explosivo.
A pesar del pésimo mal tiempo, los hombres de la expedición decidieron contradecir órdenes y volar para alcanzar cuanto antes la preciada carga. Llegados a la zona de aterrizaje, encontraron la cabina y a los perros vivos. Paradójicamente, el sistema explosivo había quedado inoperativo por la destrucción del cableado eléctrico durante la reentrada.
El relativo fracaso, por fortuna, no impediría continuar adelante. Había sido un fallo del lanzador, no de la cápsula. En cuanto fueron resueltos los problemas, el grupo de Korolev se dispuso a ensayar la versión definitiva de la nave, la llamada Vostok-V o 3K, la misma que utilizaría el primer cosmonauta.
El Korabl Sputnik-4 (Vostok-3K número 1) despegó el 9 de marzo de 1961. En esta ocasión, su cohete 8K72K E103-14 funcionó a la perfección. A bordo sólo viajaba un perro, Chernushka, pero le acompañaba un maniquí bautizado como Ivan Ivanovich, simulando la presencia de un ser humano. La nave dio su única órbita y regresó aterrizando en el lugar indicado.
Para asegurarse de que todo saldría bien, Korolev ordenó repetir la misión. El Korabl Sputnik-5 (Vostok-3K número 2) partió desde Baikonur sobre su cohete (8K72K E103-15) el 25 de marzo, apenas dos semanas después que su antecesor. Todo se desarrolló por los mismos derroteros y tanto el pasajero vivo, el perro Zvedochka, como el maniquí, Ivan Ivanovich, regresaron sanos y salvos, 1 hora y 40 minutos después del despegue.
Los lugareños que hallaron la cápsula y el asiento tractor confundieron a Ivan con un cosmonauta real, pero pronto fueron disuadidos por los equipos de rescate.
Una vez examinada la maquinaria, resultó evidente que el sistema y el método funcionaban. Era la hora de apostar en serio, era la hora de elegir a quien tripularía la Vostok-1.
De los candidatos a este puesto habría que retirar rápidamente a uno de ellos: Valentin Bondarenko. Un trágico accidente durante un ensayo en tierra le quitó la vida. Mientras se entrenaba en una cámara simulando una estancia a gran altitud (presión inferior y atmósfera de oxígeno), un pedazo de algodón cayó en un pequeño hornillo creando un incendio. La cámara, herméticamente cerrada, no podía ser abierta sin antes igualar la presión. Cuando fue posible penetrar en su interior, el joven Bondarenko, uno de los más brillantes candidatos y un serio aspirante a uno de los primeros vuelos, había sufrido quemaduras en todo su cuerpo. Moriría poco después, y lo haría con alguien velando junto a él: su amigo Yuri Gagarin.
¿Y en los Estados Unidos? En la N.A.S.A. existía también un cierto sentimiento de inminencia sobre lo que los soviéticos se disponían hacer. Así lo parecían indicar las fuentes de inteligencia. La C.I.A. mantenía informada a la agencia espacial en todo momento.
Por su parte, las actividades en el marco del proyecto Mercury no habían cesado ni un solo momento. Desde mediados de 1959 se venían llevando a cabo numerosos ensayos técnicos sobre la cápsula, ya sea sobre maquetas a escala, a tamaño natural o sobre versiones completas. La Mercury-BP voló en un Atlas-D (misión Big Joe) en agosto de 1959, en una trayectoria suborbital, y durante ese mismo año se lanzaron varios cohetes Little Joe para probar cómo se comportaba la nave bajo grandes aceleraciones o abortos durante el ascenso. El 29 de julio de 1960, otra cápsula Mercury (MA-1) con destino a una ruta suborbital fue lanzada desde Florida, pero su cohete Atlas estalló durante el ascenso.
La N.A.S.A. también ensayó la Mercury junto al vector Redstone, el que se ocuparía de situar en una trayectoria balística de 15 minutos al primer americano. El 19 de diciembre de 1960 se lanzó la misión MR-1A, cumpliéndose las expectativas mínimas depositadas en ella. El 31 de enero le siguió la MR-2, esta vez con el chimpancé Ham a bordo, el cual fue recuperado posteriormente.
A continuación, la agencia estadounidense quiso probar la resistencia de su nave a las desaceleraciones y a la altas temperaturas por el rozamiento atmosférico. Otro cohete Atlas, el 21 de febrero de 1961, sometía a la MA-2 a fuerzas de hasta 16,5 veces la gravedad terrestre. El 24 de marzo, un Redstone lanzaba a la Mercury-BD para probar el buen funcionamiento de los sistemas de soporte vital y del propio cohete. La nave transportaba un simulador de astronauta.
El 25 de abril, otro simulador de astronauta fue colocado en la MA-3, para un vuelo a bordo de un Atlas. No obstante, la misión fue abortada por un fallo de guiado, y el cohete destruido. Los astronautas del programa contemplaron el lanzamiento y el deplorable desenlace.
La próxima, a pesar de todo, sería la vencida. Un astronauta americano se subiría a su cápsula, intentando volar, pero no antes que su rival soviético. Gagarin reclamaba ya su trono...
La decisión más importante, tanto en lo histórico como en lo político y lo social, sería la selección del hombre que gozaría de la oportunidad de convertirse en el primer ser humano que girase alrededor de la Tierra. Korolev lo sabía bien puesto que ese mismo hombre después tendría que afrontar el reconocimiento de medio mundo y no cualquier persona estaba preparada para ello. Ese alguien debía tener diversas cualidades: por un lado, encarnar al perfecto camarada soviético, trabajador, honesto y agradable en el trato, muy inteligente y atrevido, un buen relaciones públicas; en definitiva, un líder nato que supiera desempeñar el papel de leyenda viva que el destino le reservaba. Por otro, se trataba de una misión con evidente riesgo: tremendamente agraciada si todo salía bien, pero terrible si algo fallaba.
El ingeniero jefe dio un vistazo a sus candidatos a cosmonauta y finalmente eligió a seis de ellos. Todos se prepararían para este vuelo inaugural. Quería competencia desde el principio. De esta forma, Varlamov, Kartashov, Nikolayev, Titov, Popovich y Gagarin se enfrentaron a un duro calendario de entrenamiento desde mediados de 1960. Más tarde, Kartashov se dañó la columna vertebral durante un experimento en la centrifugadora y a Varlamov le pasó algo semejante en una piscina. Ambos fueron sustituidos por Bykovsky y Nelyubov.
Pasaron las semanas, y a principios de abril de 1961 todo indicaba que el despegue de la Vostok-1 era inminente. El día 5, por ejemplo, todos los cosmonautas presenciaron la conexión de la cápsula a la etapa superior, y su inclusión en el interior del carenado. Tres días después, en una solemne reunión, Gagarin era elegido para la empresa, quedando Titov como reserva. El primero agradeció la asignación y se preparó para las últimas jornadas previas al lanzamiento.
Yuri Gagarin, un joven teniente, había destacado pronto entre todos sus compañeros. Korolev apreció en él todo lo que andaba buscando (aunque él mismo siempre había deseado viajar a bordo de una de aquellas naves, comprendió que su trabajo y su estado de salud se lo impedirían). Una comisión oficial otorgó a Gagarin el título de Cosmonauta Número Uno. Titov volaría en una misión posterior.
El día 10 de abril, se solicitó el definitivo permiso para llevar al cohete (8K72K E103-16) hasta la rampa de salida. La cápsula, en su versión definitiva 3KA (Vostok-3A), estaba también a punto. Al día siguiente, en una nueva procesión semejante a la que precedió al Sputnik-1, el vector y su carga útil, montados sobre un ferrocarril especial, recorrieron en una hora la distancia que separaba los hangares de la zona de lanzamiento.
Con el vehículo en posición, Korolev y Gagarin examinaron la cápsula desde la torre de servicio y después se fueron a dormir, especialmente el primero, cuya salud empezaba a jugarle malas pasadas. Sobre él recaía la responsabilidad de casi todo el programa espacial soviético, no poca cosa para un corazón que había pasado muchas privaciones durante años. Gagarin, por su parte, descansaría en un pequeño chalet construido especialmente para los cosmonautas, quienes lo utilizarían para pasar la noche anterior a cada misión.
Pronto, tanto él como su compañero Titov fueron despertados para afrontar el gran día. Aún de madrugada, ambos fueron vestidos con los trajes espaciales de rigor por el personal de apoyo. Hacia las 7 y media de la mañana, fueron transportados hasta la base del cohete en un autobús, donde diversas personalidades, incluido Korolev, les esperaban. A sólo 1 hora y media del despegue, Gagarin se vio impelido a emitir un corto y emotivo discurso. La ocasión lo merecía. Por fin, fue introducido en la cabina de su vehículo, y la escotilla cerrada.
La nave de descenso de la Vostok (llamada Sharik), como ya se ha dicho, tenía una apariencia prácticamente esférica. Bajo ella se encontraba un módulo de instrumentos/servicio que se usaba sólo durante su estancia en órbita y en el cual se encontraba el motor retrocohete que propiciaría el regreso. La nave, al completo, medía casi 5 metros de altura. El interior de la cápsula, cuyo diámetro alcanzaba los 2,3 metros, había sido preparado para un sólo tripulante. Dado que no se conocía muy bien cuál sería el comportamiento del ser humano en ingravidez, se decidió que los vuelos de las Vostok fueran automáticos, aunque el piloto podría adoptar el control manual si se hacía necesario. Las instrucciones para desbloquear el sistema se encontraban en un sobre cuya posición sólo revelaría el personal de tierra en caso de necesidad. Nadie quería que un hombre súbitamente enloquecido frustrara la tarea de llevarlo de regreso a casa... Una pequeña ventana acristalada le permitiría ver el exterior, la oscuridad del espacio o el difuso arco de la Tierra girando despacio bajo la trayectoria de la nave. Un buen apoyo psicológico ante lo desconocido.
El 11 de abril de 1961, la inteligencia americana obtenía pruebas del inminente lanzamiento de la Vostok-1. Kennedy, quien ya había sustituido a Eisenhower, encargó resignado un mensaje de felicitación a su secretario de prensa, Pierre Salinger. Efectivamente, al día siguiente, Yuri Gagarin se convertía en el primer hombre que abandonaba la Tierra.
El vuelo, a pesar de su dramatismo, se desarrolló por los cauces esperados. El despegue se efectuó con total normalidad y la Vostok-1 alcanzó el espacio, inaugurando otra bella página de la historia de la Astronáutica. La misión consistiría en recorrer una sola órbita, apenas una hora y media de viaje. No era necesario tentar más a la suerte, sólo demostrar que el ser humano tenía un lugar en el espacio, así que el tiempo transcurrió rápidamente. El control de tierra pudo oír a un excitado Gagarin durante los primeros instantes, para después perder el contacto al superar la nave el horizonte local. Yuri, embarcado en la nave tripulada más veloz del mundo (Mach 25), rodeó el globo terrestre y después efectuó una reentrada perfecta sobre su país natal. Interrumpidas de nuevo las comunicaciones a consecuencia de la nube de plasma formada alrededor de la cápsula de descenso, pronto fue avistada de nuevo, colgando grácil bajo su paracaídas. A la altitud calculada, Gagarin abandonó la nave gracias a la expulsión de su asiento y descendió merced a sus propios medios, cayendo en las cercanías del río Volga, en la estepa soviética. Recuperado por las fuerzas de auxilio, Gagarin fue llevado a Moscú donde, en lo sucesivo, sería motivo de veneración pública.
Sin duda, era el nuevo héroe soviético: su figura sería convenientemente explotada frente al mundo, como claro exponente de lo que el régimen comunista y sus miembros era capaces de llevar a cabo.
Hasta entonces, los soviéticos, a pesar de su precocidad, habían efectuado muy pocos lanzamientos espaciales. En cambio, todos ellos habían tenido un objetivo claro, una meta situada entre el logro científico y el oportunismo político. Los americanos habían recuperado pronto el terreno perdido y habían efectuado una gran cantidad de vuelos, tanto científicos como militares, incluidos los primeros satélites de comunicaciones, meteorológicos y de reconocimiento. Pero cada vez que la Unión Soviética se veía iluminada por el resplandor de sus cohetes, el acontecimiento, antes o después, suponía una nueva primicia y otro duro golpe a las aspiraciones americanas.
La misión de la Vostok-1 era la hora del triunfo más esperada. Un triunfo muy superior al del propio Sputnik-1. Por fin, el Gobierno soviético tenía a su disposición lo que quería, un líder carismático que pasease la antorcha del comunismo alrededor de todo el mundo, mostrando a Occidente aquello que otros no habían sabido hacer todavía.
La prensa y los políticos estadounidenses reaccionaron de forma casi histérica ante la noticia: de pronto, el programa espacial tenía mucha más importancia de lo que nadie había supuesto anteriormente. Gagarin había rodeado la Tierra cuando los planes iniciales de la N.A.S.A. apenas contemplaban un vuelo suborbital, y las sondas soviéticas que habían chocado contra la Luna, a 400.000 kilómetros de distancia, habían usado el mismo misil que podría transportar una ojiva nuclear sobre el continente americano. Las implicaciones estratégicas de la carrera espacial eran enormes. Se pidieron explicaciones y como respuesta sólo se encontró inseguridad e incertidumbre sobre el alcance de lo ocurrido. La prensa, en su paranoia, llegó a informar de supuestas e increíbles maquinaciones soviéticas. Entre ellas, destacaba la intención de convertir a la Luna en un magnífico monumento al comunismo, merced a un misterioso polvillo rojo que sería arrojado sobre ella por un cohete.
Los "rusos" parecían claramente destacados en el espacio.