AMERICA SE ARRIESGA
A la espera de la finalización del montaje del N-1 3L, Mishin situó la remozada maqueta 1M1 en la rampa de lanzamiento. Permanecería allí desde el 30 de junio hasta septiembre, ayudando al personal de tierra a mantener un cierto grado de pericia en la manipulación de las instalaciones de la torre de servicio y del propio cohete.
Por su parte, Chelomei, nervioso, situó un nuevo Proton en la zona de despegue, también en Baikonur, e instaló una cosmonave L-1 sobre él. Las órdenes eran claras: una misión de circunvalación con periodicidad mensual hasta conseguir un número de éxitos consecutivos que garantizase la seguridad de los futuros tripulantes.
La partida estaba prevista para el 21 de julio de 1968, pero durante los últimos días de la cuenta atrás un fallo mecánico dio al traste con todas las esperanzas. Aún anclado en la rampa de salida, la tercera fase del cohete estalló con furia debido a una rotura por sobrepresurización de los conductos de carga del combustible. Faltos de apoyo, el Bloque-D y la cápsula L-1 se precipitaron hacia un lado, cayendo sobre la torre de servicio, aún contigua al cohete.
A pesar del desastre, que acabó con la vida de tres personas, los técnicos lograron recuperar intacta a la L-1, que sería reparada y utilizada en una futura misión. El suceso, ocurrido el 14 de julio de 1968, volvió a significar una molesta pausa que amenazaría con destrozar el calendario tan trabajosamente levantado.
Ignorantes de este infortunio, los americanos tampoco cejaban en su seguimiento de los posibles avances soviéticos. Las observaciones realizadas por los satélites espía parecían confirmar la existencia de un vigoroso programa lunar; la carrera era por tanto absolutamente real, de eso no cabía ninguna duda. Por si fuera poco, la C.I.A. obtuvo diversa información de procedencia incierta sobre el destino de la futura Zond-5. Una Zond-5 que podría haberse materializado si alguno de los dos últimos intentos no hubiera fallado...
Pero si en algo pecan las agencias de inteligencia no es precisamente de falta de prudencia. Si dicha posibilidad existía, si la U.R.S.S. disponía de las herramientas necesarias para dar un golpe de efecto, había que suponer que, en cualquier momento, un ciudadano soviético podía convertirse en el primer ser humano que rodease la Luna. Pese a que eso no bastaría para hacer sombra al majestuoso objetivo del Apolo, sus efectos podían ser similares al Sputnik-1 o al vuelo de Gagarin, sobre todo si las cosas no salían bien y el programa estadounidense fracasaba, y eso sería totalmente inadmisible.
Los soviéticos miraban hacia la Luna y lo hacían con determinación. ¿Podría implicar aquello otro descalabro moral para el país y la agencia americana? La C.I.A. opinaba que sí. Notificado a mediados de julio, el Presidente Johnson recomendó informar a la N.A.S.A. de todos los detalles. Había fundadas sospechas de que las cosmonaves Zond (más concretamente la Zond-4) correspondían a pruebas sin tripulación de vehículos capaces de dirigirse más tarde a la Luna con cosmonautas a bordo. De hecho, un mes antes, diversos barcos de guerra estadounidenses, incluidos los destructores Charles P. Cecil y Norris, habían podido observar a distancia la realización de los ensayos balísticos en el Mar Negro. Es decir, no había por qué dudar sobre cuál sería el próximo paso.
La N.A.S.A. aún no había realizado ningún vuelo tripulado a bordo de la nave Apolo, pero éste se hallaba ya muy cercano. Por eso, y como las noticias procedentes de la Unión Soviética parecían preocupantes, se empezó a barajar la posibilidad de adelantar el envío de astronautas a la Luna.
El Módulo Lunar continuaba acumulando retrasos y no estaría listo hasta, quizá, principios de 1969, o incluso más tarde. Por tanto, debía descartarse totalmente un alunizaje (la principal misión de las Apolo) antes del final de 1968. Para entonces, las Zond soviéticas podrían haber arrebatado ya una parte del éxito de la empresa; a menos que...
El director del programa Apolo, George Low, planteó la única alternativa posible: ¿por qué no realizar directamente el primer vuelo hacia la Luna sólo con la cápsula, sin el módulo de alunizaje?
Lo que propuso Low fue: si la misión Apolo-7 (la primera tripulada) se desarrollaba con normalidad, la Apolo-8 sería enviada hacia la Luna un par de meses después. Sólo debería ser colocada en órbita lunar (algo que los soviéticos no podrían hacer nunca con su L-1), comprobar el comportamiento de sus sistemas en el medio ambiente selenita, y ensayar el retorno a la Tierra a velocidades nunca antes alcanzadas. Más adelante, el Apolo-9 probaría el Módulo Lunar en órbita terrestre, el Apolo-10 haría lo mismo rozando la superficie del satélite, y el Apolo-11 intentaría el alunizaje definitivo.
Los cambios, que se aprobaron en agosto, supusieron una de las decisiones más arriesgadas de la N.A.S.A., comparable en importancia a la de ensayar el Saturn-V completo desde su primer vuelo, lo cual había servido para ahorrar mucho tiempo (y dinero) a la agencia, haciendo viable (a pesar del accidente del Apolo-1), el cumplimiento del mandato de Kennedy.
Los técnicos, que no las tenían todas consigo, pensaron en el segundo Saturn-V, cuyo comportamiento había dejado mucho que desear. En esas circunstancias, ¿debía volar el tercero con hombres a bordo, y además hacia la Luna? La respuesta sería positiva: teniendo en cuenta que la N.A.S.A. no podía ensayar un vuelo circunlunar automático, que la experiencia debería llevarse a cabo antes o después, y que la decisión también dependía de lo que estaban haciendo los soviéticos, ¿por qué no? El comandante del Apolo-8, Frank Borman, aceptó encantado el encargo. Llevaría a su tripulación hasta Selene durante las Navidades de 1968 y regresaría con el deber bien cumplido. Por su parte, el equipo de ingenieros de von Braun prometió la resolución a tiempo de todos los problemas que afectaban al Saturn.
El anuncio de que el Apolo-8 volaría hacia la Luna, efectuado el 19 de agosto, cayó como una bomba en la U.R.S.S. Ahora, más que nunca, habría que tratar de superar a los americanos en esta faceta preliminar de la conquista lunar. Si el Apolo-8 alcanzaba la órbita del satélite, el programa L-1 ya no tendría sentido. Ni el Proton ni su cosmonave serían nunca capaces de girar varias veces a su alrededor, algo sólo posible si se empleaba el más potente N-1, cuyo desarrollo se encontraba todavía plagado de dificultades.
Las únicas opiniones semi-oficiales llegadas a Occidente las hicieron algunos científicos. Su discurso incidía en que la N.A.S.A. estaba afrontando riesgos que parecían innecesarios. Olvidando las locuras que ellos mismos habían cometido hasta entonces, lo soviéticos no estaban dispuestos a tripular una cápsula L-1 y repetir otro caso Komarov.
Se planteaba así la verdadera y única carrera lunar: la circunvalación de nuestro satélite. Teniendo en cuenta que los rusos, cronológicamente, nunca llegaron a estar listos para competir en la carrera por el alunizaje, la competición real jamás tendría un escenario distinto a éste. En ella, la U.R.S.S. participaba con la pequeña L-1, los EE.UU. con una maquinaria pensada para alcanzar la superficie de la Luna.
Una vez más, una paradoja había definido la evolución de los acontecimientos: el Apolo-8 se dirigiría a la Luna a consecuencia de los vuelos de las Zond/L-1, mientras que éstas deberían acelerar su desarrollo para evitar a su vez lo que ellas mismas habían provocado. Chelomei tenía razón cuando intentó enmascarar la evolución de su sistema, algo inevitable para quien se ve obligado a trabajar en inferioridad de condiciones económicas y técnicas, así como en secreto y bajo todo tipo de presiones políticas.
La suerte, pues, estaba echada.
MAXIMA TENSION
Vista la molesta secuencia de fracasos precedentes, nadie creía posible enviar cosmonautas en ruta translunar, a bordo de una L-1, antes de enero de 1969. Pero si el Apolo-8 quería hacerlo en diciembre de 1968, no habría más remedio que tenerlo en cuenta: una nave soviética tendría que estar lista para adelantarse a sus propósitos ya fuese en la ventana de lanzamiento de noviembre o en la del siguiente mes. La mecánica celeste, al menos, jugaba a favor de los intereses comunistas, puesto que dicha ventana se abría para América el 21 de diciembre, mientras que para la U.R.S.S. lo hacía el día 7. Ahora, más que nunca, era necesario que una L-1 completara con éxito el vuelo de circunvalación, y esto era lo que debería intentar la Zond-5.
Mientras se efectuaban los preparativos para esta misión, se examinó cómo se llevaría a cabo la próxima conexión entre dos vehículos Soyuz, esta vez con hombres a bordo. Después del exitoso acoplamiento de los Kosmos-212 y 213, los responsables del proyecto examinaron las opciones posibles. La más lógica era acoplar dos Soyuz, una con un tripulante y la otra con tres, tal y como debería haber ocurrido durante la abortada y trágica misión Soyuz-1/2. Pero también era posible situar a un hombre en una y dos en la otra, e incluso dos en cada una de ellas. Si lo que se pretendía era minimizar la pérdida de vidas humanas, podría lanzarse una Soyuz sin tripulación y la otra con un único cosmonauta.
La no expulsión de los paracaídas durante el aterrizaje de una de las últimas Soyuz hizo recomendar un nuevo lanzamiento de prueba no tripulado que verificase los cambios introducidos en el diseño para evitar que ello volviese a ocurrir. El plan se propuso el 29 de mayo y fue aprobado el 30 de junio.
La Soyuz 7K-OK número 9 (Kosmos-238) despegó desde Baikonur el 27 de agosto, a bordo de un cohete 11A511. Evolucionó de forma aparentemente satisfactoria y, con su regreso el 1 de septiembre, confirmó que estaba lista para un acoplamiento tripulado. Para éste, no obstante, se optaría por la opción más conservadora: las futuras Soyuz-2 y 3 incluirían a un sólo hombre en una de ellas y ninguno en la otra, siendo las Soyuz-4 y 5 quienes adoptarían el plan original asignado a Komarov, dos años y medio antes.
Despejado este frente, todas las miradas se dirigieron hacia la Luna. Le había llegado el turno a la Zond-5. La cosmonave 7K-L1 número 9L despegó desde Baikonur el 15 de septiembre, a bordo de un Proton 8K82K/Bloque D (234-01). Las pocas imágenes que nos han llegado de este acontecimiento muestran claramente que el cohete no asciende verticalmente, sino que se desplaza hacia un lado de inmediato. Esto es debido al inusual centro de masas de la carga útil, algo que tenía que ser compensado a velocidades bajas por un mecanismo que movía los motores de la primera etapa del Proton para mantenerlo bajo control. Una vez alcanzada una órbita provisional de aparcamiento (187 por 219 kilómetros), y transcurridos 67 minutos desde el lanzamiento, la etapa superior hizo de nuevo ignición, colocando a la sonda en una trayectoria claramente translunar.
Esta vez no había ninguna duda. Era la demostración de que los "rusos" apostaban fuerte. La nave, por suerte para la N.A.S.A., no se encontraba tripulada, pero indicaba la clara resolución de Chelomei y sus ayudantes de superar cuanto antes a los americanos. Algo que no hacía sino reafirmar la lógica de enviar al Apolo-8 hacia nuestro satélite.
A pesar de que la Zond-5, en efecto, no estaba tripulada por personas, sí llevaba a bordo diversos especímenes vivos (tortugas, insectos, plantas...). Su presencia no sería simplemente anecdótica, ya que, además de convertirse en los primeros seres en rodear la Luna, servirían como cobayas para comprobar la influencia de su medio ambiente sobre un organismo biológico (radiación, etcétera).
La Zond-5 pesó 5.375 kilogramos al despegue. Su principal misión sería no sólo demostrar la viabilidad de la inyección en ruta de circunvalación lunar, sino también la recuperación de la cápsula de descenso después de efectuar dicho viaje. Para esto último, era muy importante verificar la efectividad de los sistemas de astro-orientación, fundamentales para guiar a la cosmonave durante la reentrada. Una penetración en la atmósfera bajo un ángulo inadecuado provocaría el rebote o, peor aún, la incineración de la cápsula.
La velocidad de la nave al dejar la órbita terrestre fue fijada en una cota inmediatamente inferior a la velocidad teórica de escape. De este modo se consigue una órbita muy alejada que posibilita un sobrevuelo de la Luna y un regreso al punto de partida.
Una vez efectuado el encendido de la última fase del cohete (Bloque D), ésta fue desechada y la Zond-5 se encontró definitivamente en camino. El 17 de septiembre, los controladores ordenaron la ejecución de una sencilla maniobra de corrección de ruta, consiguiéndose así pasar a una distancia predeterminada de la superficie lunar. La maniobra se realizó a más de 325.000 kilómetros de la Tierra y se desarrolló como estaba previsto. Fue entonces, cuando los cálculos indicaron que el pájaro seguiría ineludiblemente una trayectoria de circunvalación perfecta, que la Unión Soviética estimó oportuno anunciar al mundo su existencia.
Su existencia pero no su destino, ya que el órgano de prensa oficial se atrevió a negar que se dirigiera a la Luna. Sería el británico Lovell quien, desde su radiotelescopio en Jodrell Bank, realizó el seguimiento del vehículo y confirmó su trayectoria.
El 18 de septiembre, por fin, la nave hacía historia: dejándose llevar por las leyes de la gravitación universal, rodeó gentilmente a nuestro satélite, sobrevolándolo a una distancia mínima de apenas 2.000 kilómetros, y después se preparó para el inmediato regreso a casa.
No sería hasta el 20 de septiembre que los soviéticos empezaron a admitir que su cosmonave había pasado cerca de la Luna. Eso sí, no dijeron si la nave había tomado fotografías de la superficie. Si fue así, no han sido difundidas. También seguían herméticos a la hora de reconocer que se trataba de un predecesor de un vuelo tripulado. Fue Lovell quien se encargó de hacerlo evidente, cuando su antena captó conversaciones procedentes de la Zond-5. Algunos medios sensacionalistas apuntaron la posibilidad de que la U.R.S.S. fuera a anunciar de forma inminente una nueva primicia mundial: la circunvalación lunar llevada a cabo por uno o varios cosmonautas. Pero las cosas eran mucho más sencillas. Como durante el vuelo de la Zond-4, hombres en tierra y grabaciones emitidas desde el espacio estaban sirviendo para demostrar el buen funcionamiento de los sistemas de comunicaciones.
De regreso hacia la Tierra, la trayectoria de la Zond-5 la hubiera llevado a rodear nuestro planeta y a iniciar una nueva órbita, así que, a unos 143.000 kilómetros de distancia, su motor volvió a encenderse con la orientación debida, frenándola y dirigiéndola en un ángulo adecuado hacia las capas más altas de la atmósfera terrestre.
La reentrada de una nave como ésta plantea gran cantidad de problemas técnicos. Los científicos americanos se encontraron con ellos cuando diseñaron sus cápsulas Apolo. No sólo debe ser calculado el ángulo de entrada de una forma muy precisa para evitar la destrucción del vehículo sino que además ésta debe efectuarse en el punto adecuado, para que la nave caiga sobre una zona predeterminada y razonablemente amplia, donde los equipos de rescate puedan acudir prestos a recogerla.
La velocidad de una cosmonave translunar cuando penetra en la atmósfera es altísima (11 kilómetros por segundo), muy cercana a la velocidad de escape. Por tanto, debe ser frenada aerodinámicamente durante el ingreso atmosférico hasta que la velocidad se haya reducido lo suficiente como para poder desplegar los paracaídas y utilizarlos de forma efectiva.
La nave debe estar protegida con un material ablativo que aísle el interior de la cápsula de las tórridas temperaturas alcanzadas en el exterior, sobre la superficie de la máquina, a consecuencia del intenso rozamiento con el aire. La enorme desaceleración, varias veces superior a la fuerza gravitatoria terrestre, obligó a los ingenieros de la Zond/L-1 a concebir un diseño robusto de los componentes y equipos del vehículo.
La Zond-5 entró en su corredor de reentrada el 21 de septiembre de 1968. Esta "puerta" consistía en un rectángulo imaginario de apenas 13 por 10 kilómetros. Hasta ese momento, los controladores habían efectuado 36 sesiones de comunicación con la nave y todo parecía indicar que estaba en perfectas condiciones. Si todo iban bien, la cápsula no arriesgaría su integridad con una penetración directa, sino que rebotaría primero sobre la atmósfera, como una piedra lanzada hábilmente sobre un lago, reduciendo así la intensidad de la desaceleración. El procedimiento, además, posibilitaría un aterrizaje en suelo soviético, ya que la segunda zambullida, la definitiva, se efectuaría de una forma muy calculada.
Sin embargo, cuando la nave atravesó la densa capa de aire que rodea nuestro planeta, no se dirigió hacia suelo patrio. Al contrario, lo hizo en dirección a aguas internacionales, en el océano Índico. ¿Qué había pasado?
Aparentemente, un error de orientación, en el último momento y debido a un controlador humano o al sistema de guiado, evitó que se efectuara el primer rebote. Obligada a efectuar una reentrada balística directa sobre el Polo Sur, la Zond-5 soportó una temperatura externa de más de 13.000 grados Celsius. A unos 7 kilómetros de altitud, habiéndose reducido de forma suficiente la velocidad de descenso (hasta alcanzar los 200 metros por segundo), se abrieron los paracaídas permitiendo el amerizaje sobre las aguas del océano Índico.
Permanecería sobre ellas, flotando, durante varias horas; los barcos de la Marina soviética no la alcanzarían hasta el día siguiente. Conscientes de que nada se hubiera ganado haciendo estallar a su nave antes de alcanzar la superficie, Chelomei y Mishin habían dispuesto varios barcos a menos de 100 kilómetros a la redonda del posible lugar del amerizaje, en caso de que no fuera posible el aterrizaje en suelo firme. Los marinos llevaron la cápsula a tierra vía Bombay, puerto al cual llegó a bordo del buque "Vasily Golovnin", el 3 de octubre. Un avión Antonov An-12 la transportaría hasta Moscú un día más tarde.
Los técnicos, ansiosos por abrir su escotilla, hallaron a los animales todavía vivos en su interior, después de resistir una infernal desaceleración de hasta 16 Gs. Por lo demás, la cosmonave se hallaba en perfectas condiciones. Su misión podía considerarse una buena simulación de lo que habría que hacer cuando los cosmonautas pilotaran una L-1.
El objetivo principal de la Zond, la comprobación del acertado diseño de la cápsula de descenso, había sido conseguida con creces. Además, los inquilinos de la cápsula (tortugas, moscas del vinagre, semillas, plantas variadas, etcétera), servirían tras su oportuno estudio para verificar los efectos de las grandes aceleraciones sobre los seres vivos. Las tortugas, por ejemplo, posibilitaron un análisis exhaustivo de tejidos, sangre y comportamiento "postlunar". Asimismo, la cámara fotográfica instalada a bordo había realizado varias instantáneas de la Tierra durante el período de aproximación.
A pesar de todo, las desaceleraciones de más de 16 Gs y las temperaturas soportadas de hasta 13.000 grados Celsius eran algo que una tripulación humana jamás hubiera resistido. La Zond-5 había demostrado que el viaje de circunvalación era posible, pero Chelomei y Mishin, que ahora podían respirar con mayor libertad, deberían tomar las medidas oportunas para evitar que una tripulación tuviera que soportar estas condiciones tan extremas.
Y llegamos a septiembre... Con el Apolo-8 previsto para tres meses después, los soviéticos empezaron a ver a su alcance la posibilidad de superar a los americanos en esta primera etapa del viaje lunar. Arriesgando un poco más, como lo estaba haciendo la N.A.S.A., bastaría con repetir en otra ocasión la experiencia de la Zond-5 (a ser posible con rebote durante la reentrada). Esto lo podría hacer la Zond-6 en noviembre. Por otro lado, y teniendo en cuenta la similitud de sistemas que compartían ambas naves, el inminente acoplamiento de dos Soyuz en órbita terrestre daría a los responsables del programa las garantías necesarias para enviar a dos hombres a la Luna durante los primeros días de diciembre, a tiempo de superar al Apolo-8.
El calendario estaba claro, las oportunidades que tendría cada uno, también. El resultado final dependía, no obstante, de otros factores. Cualquier problema importante antes de diciembre podría significar un importante retraso y la derrota para cualquiera de los dos contendientes. Sin ir más lejos, la N.A.S.A. concedía que Borman y su tripulación volaran a nuestro satélite sólo si el Apolo-7 se convertía en un éxito completo. No es de extrañar, pues, que mucha gente estuviese pendiente de este vuelo, el primero tripulado del programa Apolo. más