LA OCASION PERDIDA
Los cosmonautas Makarov (o Belyayev) y Leonov, habían estado preparándose para un hipotético viaje a bordo de la Zond-7. El descubrimiento de los fallos técnicos que habían propiciado la despresurización y el choque de su antecesora aconsejaron efectuar un vuelo más de prueba. Nadie quería una repetición del caso Komarov, y mucho menos en una misión lunar, así que los dos hombres tendrían que esperar todavía algunos meses.
Las tres tripulaciones -la principal y dos de reserva- que habían estado preparándose para el primer vuelo tripulado, volaron a pesar de todo a Baikonur, deseosas de que la misión se llevase finalmente a cabo en diciembre, tal y como se había previsto. Firmada por todos, los cosmonautas enviaron una carta al Politburó en la que manifestaban este deseo y su disposición total a correr cualquier riesgo, argumentando que su presencia ayudaría a resolver todos los problemas que acaeciesen en el espacio.
Su predisposición fue considerada, ciertamente, y aunque no se tomó una decisión definitiva, parece que se instaló un cohete Proton listo para el despegue en la correspondiente rampa de lanzamiento. El vector habría sido extraído del edificio de ensamblaje el 1 de diciembre. En caso de que fuese necesario, la misión podría partir a tiempo, esta vez con el nuevo nombre de Soyuz-L (Luna).
No está muy claro cuál hubiera sido la tripulación asignada a este vuelo. Algunas fuentes citan a Makarov y Leonov como integrantes. Otras consideran que la misión la llevaría a cabo sólo un hombre (quizá Belyayev), con Leonov de reserva, no sabemos si debido a las limitaciones de carga del Proton o al deseo de no arriesgar más de una vida en este peligroso viaje.
En todo caso, el permiso de Moscú nunca llegó, o (no lo sabemos con seguridad) un fallo indefinido durante la preparación del vector propició la cancelación de la salida. Teniendo en cuenta la incertidumbre provocada por la despresurización de la Zond-6, que mató a todos sus inquilinos vivos, es más que probable que ningún cosmonauta soviético llegase a ocupar nunca la cápsula.
La siguiente ventana se abriría el 21 de enero de 1969. Para entonces, la agencia espacial americana podría haber logrado ya su objetivo, así que para ganar la carrera, el rival debía fracasar en su intento.
En los Estados Unidos, la N.A.S.A. desconocía esta pléyade de circunstancias, y lo único que podía hacer era finalizar los preparativos encaminados al despegue del Apolo-8. Simultáneamente, y dado que las leyes astrodinámicas otorgaban a la U.R.S.S. la prioridad en la partida, la Marina norteamericana fletó varios buques hacia el Mar Negro (6 de diciembre) para vigilar y verificar el aprovechamiento o no de esta ventaja.
La ventana se abrió solemnemente el 8 de diciembre (el lanzamiento debería haberse producido el 17). Pero pasaron los días, la ventana se cerró y ninguna cosmonave Zond, con o sin tripulantes, se dirigió hacia el espacio.
El camino hacia la Luna quedaba franco para los americanos.
EPICA EN ESTADO PURO
El 16 de noviembre, el primer cohete 8K82K de sólo tres etapas (236-01) colocaba en órbita el satélite Proton-4 (N-6-1). Había sido construido para estudios astrofísicos de altas energías y su masa alcanzaba los 17.000 kilogramos, demostrando que la U.R.S.S. tenía el poder suficiente para empezar a construir una pequeña estación espacial. Las Salyut militares (Almaz) tardarían todavía un tiempo en dejarse ver (1971), pero la misión evidenciaba que si la carrera a la Luna era un fracaso, la tecnología desarrollada para ella podría ser aprovechada en otros campos y aplicaciones, mucho más cercanos a nuestro planeta.
Una conclusión irónica y premonitoria, ya que el 21 de diciembre, el Apolo-8 despegaba desde Cabo Cañaveral, volando hacia nuestro satélite sin encontrar oposición. Con él, el Hombre escapaba de la gravedad terrestre y se dirigía por vez primera a un mundo distinto al nuestro.
La noticia, sin duda, tendría sus consecuencias: el programa 7K-L1, diseñado únicamente para la circunvalación lunar, gloria ya arrebatada por los estadounidenses, dejaba de tener sentido, y por tanto perdía la prioridad que había disfrutado hasta entonces.
Por su parte, la N.A.S.A. había arriesgado... y había ganado. Arriesgado porque, vista de cerca, había sido una apuesta peligrosa, una inmersión en un paraje en el que las nuevas tecnologías realizan a veces giros inesperados. Afortunadamente, el Apolo-8 no se llamaba Apolo-13, y a pesar de carecer del concurso del Módulo Lunar (todavía en construcción), Frank Borman, James Lovell y William Anders jamás necesitaron de sus servicios para salvar sus vidas.
Quién sabe si un accidente hubiera significado un cambio brutal en la carrera. Los soviéticos estaban casi listos para cumplir con su cometido y sólo una cuestión de tiempo y oportunidad les había alejado del éxito.
Es en estos casos cuando es posible darse cuenta de lo diferente que podría haber sido la Historia. Cuando en el resultado de una misión espacial se juegan cuestiones tan dispares e importantes como la Guerra Fría, los futuros presupuestos de defensa, el éxito político sobre otras naciones o el simple prestigio internacional, nos preguntamos qué habría pasado si el desenlace del Apolo-8 hubiera sido otro.
Es muy posible que sus tres tripulantes fueran conscientes de ello. Tres, y no dos, ni uno, a bordo de una astronave que podía no sólo rodear nuestro satélite sino también mantenerse en órbita a su alrededor. Logros que una vez realizados no podrían ser igualados por los soviéticos con sus actuales armas (o al menos con las que habían reconocido poseer).
Borman y sus compañeros habían aceptado encantados la asignación. Gozarían de la oportunidad de hacer historia, y no creían que fuera mucho más difícil permanecer durante algo más de una semana en su cápsula Apolo en un viaje de ida y vuelta a la Luna que pasar el mismo período en órbita alrededor de la Tierra.
Esto, por supuesto, era sólo cierto desde el punto de vista del trabajo de los astronautas: abandonar nuestro planeta implicaba que los sistemas de propulsión debían funcionar sin problemas, proporcionando la trayectoria precisa en cada momento, y garantizando un regreso seguro a una velocidad que ningún ser humano había experimentado antes.
El comandante de la misión recibió el encargo el 10 de agosto. A pocas jornadas de la más que cuestionable actuación del Apolo-6 (AS-502), no todo el mundo creía recomendable lanzar el SA-503 con hombres a bordo, y menos todavía hacia la Luna. Pero la decisión, bajo la presión de las actividades soviéticas, estaba tomada y se convirtió en firme después del Apolo-7.
La tripulación del Apolo-8 empezó la fase más dura e intensa de su entrenamiento (los simuladores de misión) el 9 de septiembre. Diez días después, la N.A.S.A., una vez examinados los problemas que había encontrado el Apolo-6 y juzgadas las soluciones que se habían implementado, dio la luz verde definitiva al asunto.
El 5 de diciembre, con el gran cohete en la rampa de lanzamiento, se empezaron a hacer cuentas atrás de demostración. Éstas finalizaron el día 11. Incluso en esos momentos, en otros lugares del país se llevaban a cabo y con urgencia las últimas pruebas que asegurasen que el efecto Pogo había sido eliminado de la primera fase del vector.
De la U.R.S.S. sólo llegaba silencio: ninguna nave había despegado hacia la Luna en la fecha prevista, y por tanto el Apolo-8 tenía el camino expedito para reclamar, en solitario, un puesto de privilegio en los anales de la astronáutica.
El día del despegue, la tripulación se introdujo en su vehículo, el CSM-103, con la esperanza de cumplir cuanto antes las 20 horas previstas alrededor de Selene. Bajo ellos se encontraba sólo un modelo simulado de Módulo Lunar (LTA-B). A las 12:51 UTC, Frank Borman, James A. Lovell Jr., y William A. Anders, empezaron a sentir el empuje de los motores de su cohete. Para los dos primeros, que habían volado en naves Gemini, la aceleración no fue ninguna sorpresa; antes al contrario, el ascenso resultó más sosegado que en la cúspide de un nervioso Titan-II, sin superar nunca los 4 Gs. Además, las vibraciones Pogo, sólo ligeramente presentes, no resultaron ni peligrosas ni molestas.
Finalizado el desprendimiento de las dos primeras etapas, la S-IVB impulsó a su carga hasta una órbita terrestre de aparcamiento, menos de 11 minutos y medio después del despegue. Sería necesaria una revolución y media alrededor de nuestro planeta para comprobar que todo estaba en orden y que era posible volver a encender su motor J-2 para conseguir la velocidad de escape.
(Escucha el lanzamiento de la misión Apolo-8)
(Contempla los preparativos del cohete del Apolo-8) (I)
(Contempla los preparativos del cohete del Apolo-8) (II)
Esto ocurriría tras el permiso otorgado por el centro de control en Houston: la S-IVB aceleró durante cinco minutos y llevó al Apolo-8 hasta los 38.600 kilómetros por hora. Nunca antes un ser humano había "volado" a una velocidad tan elevada. A continuación, el vehículo Apolo se separó de la etapa superior y giró sobre sí mismo para fotografiar el LTA-B, el adaptador en cuya posición se encontraría el Módulo Lunar en futuros viajes. Para evitar una posible colisión, los astronautas impartieron un leve impulso de separación entre la astronave y la S-IVB. Esta última quedaría de forma definitiva en una ruta heliocéntrica.
En camino hacia la Luna, la Humanidad veía por vez primera y con sus propios ojos a nuestro planeta haciéndose cada vez más pequeño. Pronto, la distancia permitió su completa inclusión en el campo visual, proporcionando un espectáculo fabuloso. Con todo bajo control y con poco trabajo que hacer excepto esperar la llegada a la Luna, la tripulación se quitó los trajes y se apartó de sus asientos anatómicos. Fue entonces cuando experimentaron, sobre todo Borman, los efectos del mareo espacial, que les ocasionaría diversas molestias (vómitos) durante las siguientes horas.
Al llegar a medio camino, a unos 223.000 kilómetros del punto de partida, la tripulación ofreció una sesión de televisión a los millones de telespectadores de la Tierra. La experiencia se repetiría al día siguiente.
El 23 de diciembre, el Apolo-8 sobrepasaba la esfera de influencia gravitatoria de nuestro planeta. A partir de ese instante, la Luna, a 62.600 kilómetros de distancia, sería la principal gobernante de su trayectoria. La velocidad, que se había reducido hasta 1,2 kilómetros por segundo, volvió a incrementarse.
Hasta ese momento, el Apolo-8 había seguido una ruta de retorno libre, como la de las Zond. Si algo le pasaba al sistema de propulsión del Módulo de Servicio (que ya había actuado durante dos breves correcciones), la nave rodearía la Luna y regresaría a la Tierra, siguiendo una figura en forma de 8. Para entrar en órbita lunar, en cambio, era necesario abandonar esa trayectoria, así que los astronautas empezaron a chequear sus sistemas para asegurarse de que todo estaba correcto y que sería posible volver a la posición anterior.
Por fin, a unas 68 horas del lanzamiento, el Apolo-8 recibió la autorización para el encendido, que se efectuaría frente a la cara oculta, a unos 119 kilómetros de la superficie.
En Houston, los controladores contemplaron con atención el reloj, aguardando la reanudación de las comunicaciones. Si el encendido se efectuaba correctamente, emergerían por el otro lado en el momento calculado, anclados ya en una órbita selenocéntrica. De lo contrario, la salida por el borde lunar discreparía con los tiempos previstos (10 minutos antes).
El Apolo-8 empleó el motor del Módulo de Servicio 11 minutos después de la pérdida de contacto con la Tierra. Funcionó durante 4 minutos, reduciendo su velocidad de 2,6 a 0,9 kilómetros por segundo. No había duda: la astronave se encontraba por fin en órbita lunar, siguiendo una trayectoria cuya distancia máxima respecto a la superficie era de 231 kilómetros y la mínima de 111 kilómetros.
A la hora prevista, el vehículo saludaba al centro de control.
Aún no plenamente conscientes del impresionante acontecimiento que se acababa de producir, Houston dio las instrucciones pertinentes a la tripulación para efectuar un segundo encendido, diseñado para ajustar la órbita a unos constantes 112 kilómetros.
(Contempla a los astronautas del Apolo-8 en ingravidez alrededor de la Luna)
Al día siguiente, los periódicos abrían sus portadas como nunca lo habían hecho. Según las descripciones de los tres hombres, la Luna era gris, sin apenas color, triste y poco apetecible... pero la Humanidad había decidido poner su pie sobre ella, muy pronto, y nada podría impedirlo.
Los astronautas girarían alrededor de su objetivo una vez cada dos horas. De este modo, recorrerían diez órbitas completas. En la tercera de ellas, Borman recordó a todos los habitantes de la Tierra que era Nochebuena, y recitó un texto. Durante la novena, leyó unos pasajes del Génesis.
Poco después, llegó el momento del regreso a casa. Tres días, 17 horas y 17 minutos después del lanzamiento, durante la mañana del día de Navidad, el motor volvió a encenderse, aumentando su velocidad en unos 1,07 kilómetros por segundo. El impulso bastaría para arrancarlos de la órbita y dirigirlos hacia la Tierra. La maniobra resultó tan precisa que sólo sería necesaria una pequeñísima corrección de ruta poco antes del amerizaje.
El viaje de vuelta fue plácido, y los astronautas aprovecharon para descansar. A unos 14.500 kilómetros de nuestro planeta, el 27 de diciembre, separaron el módulo de mando del módulo de servicio. Casi de inmediato, gracias a la enorme velocidad, penetraron en la atmósfera terrestre a unos 120 kilómetros de la superficie. La desaceleración alcanzó los 7 Gs, mientras la cápsula penetraba sobre el nordeste de China y descendía en la oscuridad hasta alcanzar un punto en medio del océano Pacífico.
La secuencia de despliegue de los paracaídas y su actuación se desarrolló con total normalidad. El Apolo-8 se posó casi en el lugar previsto. Seis días, 3 horas y 42 segundos después del despegue, su tripulación se encontraba de nuevo en casa. La cápsula quedó boca abajo, pero los globos de flotación la colocaron en la posición adecuada. Menos de una hora después, ya de día, la escotilla fue abierta y las fuerzas de rescate extrajeron a los astronautas. Tanto ellos como la nave fueron transportados a la cubierta del U.S.S. Yorktown. Y de aquí a América...
La euforia en el país era indescriptible. Tres compatriotas habían volado a la Luna de forma impecable, consumando el primer vuelo tripulado del mastodóntico cohete Saturn-V, la verdadera llave para la puerta del alunizaje.
Sin duda, la fase inicial de la carrera lunar había finalizado. Los objetivos del programa soviético L-1 habían sido superados con creces, y su razón de ser, aparentemente desbaratada en un instante.