EPOCA DE CAMBIOS

Valeri Bykovsky (Foto: MM)    La crisis de los misiles en Cuba representó el inicio del declive de la figura de Nikita Khrushchev. Para mejorar un poco su imagen, solicitó a Korolev otro ejercicio de propaganda espacial, un capricho que éste, enfrascado en múltiples programas de alta prioridad, aceptó sin demasiado entusiasmo.

    Dado que el primer vuelo de la Soyuz se hallaba aún lejos en el horizonte (1965), no quedaría otro remedio que volver a emplear las Vostok. La primera idea fue repetir la misión de las números 3 y 4 (cualquier otra cosa de inferior categoría no hubiese sido aceptable), mejorándola con la prolongación de cada vuelo hasta los ocho días. Este plan fue presentado a Khrushchev para su aceptación, pero entonces el Premier decidió que había que hacer algo más espectacular, algo así como introducir a una mujer en la tripulación de una de las naves. Se obtendría así un beneficio adicional: demostrar ante el mundo que la U.R.S.S. no sólo era el líder tecnológico sino también la nación cuyo sistema social trataba a las mujeres de forma más igualitaria. La N.A.S.A., empeñada en emplear a veteranos y endurecidos pilotos de pruebas para sus astronaves, ni siquiera se había planteado esta posibilidad, "a todas luces inviable".

Valentina Tereshkova (Foto: MM)    Rápidamente, se efectuó un llamamiento para la selección de candidatas. Unas 400 de ellas fueron examinadas y tras una primera selección de 58, cinco fueron entrenadas para un vuelo espacial. La selección de la afortunada, Valentina Tereshkova, una buena paracaidista, fue realizada por el propio Khrushchev, quien vio en ella las virtudes de la clase trabajadora. Yorkina, Kuznetsova, Solovieva y Ponomareva quedaron fuera y no volarían nunca. Tereshkova fue enviada con el resto de cosmonautas y fue acogida bajo la protección de Gagarin y Nikolayev. Para evitar que trascendieran los motivos de su presencia, se hizo circular el rumor de que se trataba de la novia de Nikolayev, una farsa que a la sazón acabaría convirtiéndose en realidad.

    Había transcurrido casi un año desde el viaje de las Vostok-3 y 4, suficiente tiempo como para que las Vostok-5 y 6 aportaran alguna novedad y fueran otro verdadero paso adelante en el programa tripulado. No obstante, Korolev estaba demasiado ocupado en otros proyectos y no deseaba perder mucho el tiempo en maniobras de distracción, así que la inclusión de la mujer cosmonauta y la prolongación de las misiones serían las únicas innovaciones a considerar.

Korolev no quedó muy satisfecho de la misión de Tereshkova (Foto: RKK Energia)    La Vostok-5, con Valeri Bykovsky a bordo, despegó desde Baikonur el 14 de junio de 1963, mediante un cohete 8K72K. Le seguiría dos días después Tereshkova en la Vostok-6, superadas diversas dificultades técnicas que pospusieron su salida en 24 horas. Como ya se ha advertido, la misión que llevaron a cabo resultó semejante a la de sus antecesores. Las dos Vostok no eran sino dos naves sin posibilidad de maniobra que se cruzaron en el espacio merced a la infalible periodicidad de sus órbitas. A pesar de todo, la cosmonauta propició con su viaje la oportunidad de cotejar numerosa información médica, comparándola con la de sus compañeros de sexo opuesto. Este simple detalle justificaba el mérito científico de su vuelo, y así se reconoció en los Estados Unidos y en el resto del mundo.

    Nikolayev, el pionero tripulante de la Vostok-3, acabaría contrayendo matrimonio con Tereshkova más adelante. El producto de su unión, médicamente intachable, demostró que la influencia del espacio sobre la descendencia es prácticamente nula.

El lanzador para las Vostok (Foto: Mark Wade)    Pero no todo fue bien durante el viaje. De hecho, los lanzamientos se habían tenido que posponer repetidamente, unas veces por fallos técnicos durante los preparativos y otras por una inusitada actividad solar, que recomendaba evitar la presencia de seres humanos en el espacio, expuestos a la letal radiación de alta energía. Al mismo tiempo, una vez en órbita, la Vostok-5 se encontró en una altitud inferior a lo previsto. La consecuente mayor fricción de la nave con las capas altas de la atmósfera provocó una reducción del tiempo de estancia hasta los seis días. Peor aún, este rozamiento, que arrastró a la Vostok hasta los 154 kilómetros de altitud, ocasionó un aumento de la temperatura interna en el módulo de servicio, donde estaba instalado el retrocohete. Temiendo un fallo en su funcionamiento, se decidió hacer regresar a la cosmonave al quinto día de operaciones orbitales. Otros problemas, como la deficiente actuación del sistema de gestión de los desechos, no hicieron sino confirmar esta opción. Así, Bykovsky acabó aterrizando sólo dos horas después que su compañera, el día 19.

    En cuanto a Tereshkova, su participación en el vuelo espacial representó una mala experiencia para Korolev, uno de los motivos por los cuales, cumplidos los objetivos propagandísticos deseados, pasarían muchos años antes de que otra mujer rusa volara hacia la órbita. La cosmonauta no se sintió a gusto en la nave, un medio ambiente muy distinto a todo lo que estaba acostumbrada, y fue incapaz de cumplir a la perfección con la mayoría de los experimentos que se le habían encomendado, en especial el ensayo del sistema de orientación manual.

    Frente al mundo, las Vostok-5 y 6 representaron un nuevo triunfo para la U.R.S.S. (Tereshkova, por ejemplo, acumuló más tiempo en órbita que todos los astronautas del programa Mercury juntos). Khrushchev obtuvo de ellas el garante que justificaría las irónicas palabras que pronunciaría pocos meses después, en octubre: "Me gustará ver a los americanos yendo a la Luna, aunque también saber cómo volarán hacia ella y aterrizarán, y aún más importante, cómo conseguirán despegar y regresar".

El vuelo de Tereshkova causó sensación (Foto: Mark Wade)    No era una simple frase. El dirigente soviético se apoyaba en la confianza, en el convencimiento de que el equipo que había logrado la mayor gloria espacial para su nación haría lo propio con el nuevo reto. En cambio, dudaba definitivamente de la habilidad estadounidense para alcanzar tan difícil meta, y por ello creía que era innecesario lanzarse de inmediato a un programa de gran magnitud para lograr el alunizaje.

    El 3 de noviembre, Tereshkova y Nikolayev se casaban en Moscú, con la notable presencia del Premier soviético y de personas que jamás aparecían en público (Korolev y Glushko, así como varios cosmonautas que todavía no habían volado y que no fueron identificados por la prensa). El matrimonio, que tuvo un hijo en junio de 1964, se rompería muy rápidamente. El divorcio, con retraso, llegaría en 1980. A pesar de que no volvería al espacio, Tereshkova se introduciría en la esfera política y se convirtió en una infatigable relaciones públicas del programa tripulado de su país. Sus compañeras tendrían peor suerte ya que en realidad se creía que no había sitio para las mujeres en las cosmonaves soviéticas. Su entrenamiento y selección había servido sólo a un propósito político y de imagen que pronto se desvaneció.

Valentina no volvería a volar pero sería una buena relaciones públicas para el programa espacial de su país (Foto: MM)    Después de la Vostok-6, había que plantearse qué hacer. La Soyuz evolucionaba en la mesa de diseño, pero no parecía que fuese a estar lista hasta al menos 1966. Por otro lado, se habían fabricado sólo ocho cápsulas Vostok-3KA, de manera que sería necesario construir otras si se quería prolongar el programa durante al menos un año. Ya entre 1961 y 1962 se había solicitado repetidamente el permiso para encargar diez vehículos adicionales, pero el ministro de defensa Malinovski no lo permitió. Por fin, en 1963, se aprobó la provisión extraordinaria de cuatro cápsulas 3KA y en noviembre se delimitó un posible calendario que incluía: una misión de 10 días a gran altitud (unos 600 kilómetros), tripulada por un perro y otros animales para medir la influencia de los rayos cósmicos sobre los seres vivos; un vuelo tripulado de 8 días (tras el retorno antes de tiempo de la Vostok-5); y una nueva misión doble, una de cuyas naves permanecería en órbita 10 días.

    En función del resultado de la Vostok-7, se daría luz verde a la presencia de hombres a mayor o menor altitud, y durante más o menos tiempo. La influencia de la radiación cósmica era un tema preocupante y que debía ser estudiado con precaución para hacer posible un prolongado viaje de circunvalación lunar.

    En el ámbito técnico, la Vostok debería ser equipada con sistemas de seguridad suplementarios, como un retrocohete de reserva y otro para permitir el aterrizaje suave, lo que a su vez permitiría que el cosmonauta permaneciera durante todo el vuelo en el interior de su nave. Todas estas modificaciones, si eran adoptadas, implicaban un sustancial aumento de la masa que requeriría de un cohete más potente.

    En enero de 1964, nada de lo anterior se había materializado aún. De hecho, ninguna de las Vostoks suplementarias sería utilizada. Korolev había recibido una orden tajante: las Voskhod tomaban el relevo...

 

RANGER Y LUNA

La Ranger-1 en el hangar de preparación (Foto: NASA)    Los americanos, como si quisieran contradecir a Khrushchev, estaban haciendo progresos en su programa Gemini y habían empezado a explorar la Luna desde sus sondas automáticas (programa fotográfico Ranger). Habían incluso reconfigurado las misiones de dicho proyecto para servir a las necesidades del Apolo, y habían iniciado otros (Surveyor, Lunar Orbiter) que darían toda la información precisa para que el desembarco pudiese llevarse a cabo con el menor riesgo posible. La necesidad imperiosa de fotografías e imágenes de la superficie lunar obedecía a una cuestión muy importante: debía constatarse rápidamente que el terreno era apto para aceptar el aterrizaje de una pesada nave tripulada.

    Y era indispensable conocer de cerca las características del suelo de la Luna no sólo para localizar posibles lugares de aterrizaje, sino también para aseverar que existían zonas libres de rocas y que el polvo lunar no se tragaría a las naves o a los astronautas. El diseño del complejo sistema Apolo empezaba a estar bastante adelantado; el tardío descubrimiento de que el descenso era inviable hubiera provocado la pérdida de un importante capital ya invertido y obligado a una necesaria revisión del programa tripulado norteamericano. La serie de sondas automáticas serviría para ahuyentar este temor y para realizar la más amplia exploración de la Luna de la Historia.

    Tras los poco exitosos vuelos de prueba Ranger-1 y 2, la N.A.S.A. dio luz verde al lanzamiento de la serie Block II. A diferencia de sus predecesoras, estarían equipadas con un interesante equipo de toma de imágenes y una cápsula de alunizaje "duro" (implicaba un choque contra la superficie lo bastante moderado como para permitir su supervivencia).

    La Ranger-3 fue lanzada el 26 de enero de 1962 pero un fallo de orientación en su cohete Atlas-Agena-B la llevó a sobrevolar la Luna a unos 37.000 kilómetros de distancia. La Ranger-4, por su parte, partió el 23 de abril. Sin embargo, dos horas después del despegue empezó a girar de forma descontrolada hasta que se perdió el contacto con ella. La nave rozó nuestro satélite a unos 120 kilómetros de su superficie, para acabar impactando contra su cara oculta.

    El descalabro fue tal que la N.A.S.A. empezó a replantearse los objetivos de las Block IV, aún en fase de definición. Se habló de hasta 20 misiones a partir de 1964, todas ellas equipadas con cápsulas de alunizaje suave.

La Ranger-3, incluyendo la esfera con la cápsula (Foto: NASA)    La Ranger-5 no tendría mucha más fortuna: a poco de despegar desde Cabo Cañaveral el 18 de octubre de 1962, sus paneles solares dejaron de producir electricidad. Los controladores acabaron por perder el contacto con el vehículo, que sobrevoló su objetivo a unos 725 kilómetros de distancia.

    La situación era dramática. En el Congreso estadounidense se levantaron voces de preocupación: si la N.A.S.A. no es capaz de hacer llegar en buenas condiciones a una simple sonda no tripulada hasta la Luna, ¿cómo podría hacer lo propio con la Apolo? Un equipo de expertos ajenos a la agencia se reunió para estudiar las causas de los cinco fracasos consecutivos y recomendó una serie de medidas, entre ellas disminuir la complejidad de las sondas, evitar su esterilización previa al despegue, etcétera. Tampoco dejaron de rodar cabezas.

    Por fin, se decidió que las Block III, las siguientes en la fase operativa, sólo transportarían cámaras de alta resolución, las cuales funcionarían hasta el momento del impacto. Nada de cápsulas ni de otros mecanismos que no sirvieran a las necesidades más urgentes del programa: la toma de fotografías.

    Así, el 2 de febrero de 1964 despegaba la Ranger-6. En esta ocasión, todo pareció desarrollarse perfectamente: la nave acabó impactando en el lugar previsto. Sin embargo, ninguna fotografía llegó a la Tierra procedente de la sonda. Un cortocircuito había afectado a la electrónica de las cámaras y éstas no funcionaron en el momento crucial de su misión.

    De nuevo se organizaron comités de investigación. Con sólo tres naves en el inventario y el diseño del Apolo sumamente adelantado, la N.A.S.A. no había obtenido todavía la información que necesitaba.

    Por fortuna, todo se resolvió con el lanzamiento de la Ranger-7, el 28 de julio de 1964. Unas 68 horas después, la sonda empezó a enviar fotografías, tomadas desde una distancia cada vez más cercana respecto a la superficie de la Luna. La primera se obtuvo 16 minutos y 42 segundos antes del impacto, la última sólo pudo obtenerse de forma parcial, desde 500 metros de altitud. Hasta el momento del choque, las estaciones de seguimiento recibieron 4.316 imágenes, las últimas de las cuales mostraban el verdadero aspecto del suelo que deberían pisar pronto los astronautas.

    Olvidados los fracasos anteriores, el vuelo de la Ranger-7 causó sensación, convirtiéndose en objeto de interés en numerosos programas televisivos. Con una sola misión, la N.A.S.A. había conseguido los datos que había estado buscando.

Un modelo de las Ranger iniciales (Foto: NASA)    Las Ranger-8 y 9, pues, serían dirigidas hacia otras zonas de la Luna. La primera despegó el 17 de febrero de 1965 y obtuvo 7.137 imágenes del Mar de la Tranquilidad. La segunda partió el 21 de marzo y su punto de mira quedó situado sobre el cráter Alphonsus. Era una misión científica, ya que la agencia, satisfecha por los resultados, había enviado a su nave a una zona sobre la que no pensaba en principio enviar a sus hombres. La Ranger-9 transmitió 5.814 fotografías, concluyendo al mismo tiempo la fase operativa del programa.

    El próximo objetivo residiría en el cartografiado de las zonas de aterrizaje (Lunar Orbiter) y en el alunizaje propiamente dicho (Surveyor), para comprobar las características físicas y dinámicas del suelo.

    En la U.R.S.S., Korolev se encontraba en una situación de necesidad de información semejante a la de la N.A.S.A., aunque no tan precaria ya que su programa de alunizaje tripulado aún no había sido aprobado en 1961. Tras un período de intensa exploración (casi siempre poco exitosa) de Venus y Marte, Korolev volvió a prestar atención a nuestra mucho más cercana compañera. Después de las primitivas sondas de primera generación, ahora se trataba de orbitar la Luna y también de posarse suavemente sobre ella, para lo cual necesitaría un cohete más potente.

(Contempla la epopeya de la Ranger-9)

    Hacia 1958, Korolev empezó a pensar en una misión hacia Venus que permitiera competir con los planes interplanetarios americanos (Pioneer). El lanzamiento se habría efectuado en junio de 1959, gracias a un cohete 8K73, entonces en desarrollo. Este vehículo permitiría enviar casi media tonelada en ruta de escape hacia el planeta hermano. La sonda que transportaría se llamaría Object V1. De la misma manera, una sonda semejante (Object M1) podría ser lanzada hacia Marte en septiembre de 1960.

    A pesar de que el desarrollo de las sondas se realizó a buen ritmo, no ocurrió lo mismo, como ya sabemos, con el cohete 8K73, debido a los problemas que tenía Glushko con su motor RD-109 para la etapa superior. La oportunidad hacia Venus de 1959 pasó y Korolev decidió desarrollar su propia fase de impulsión para vuelos interplanetarios. En realidad, la tomó prestada de otro programa: el misil intercontinental R-9, su nueva creación tras el R-7.

El Luna-9 en su configuración de crucero (Foto: Mark Wade)    Con ella, el ingeniero jefe dio forma al vector 8K78. Éste estaría formado por un misil R-7A potenciado (8K74/III), una segunda etapa modificada del misil R-9A (8K75) -prolongando la longitud y capacidad de los tanques de los propelentes y preparando su motor 8D715K (RD-0107) para funcionar más tiempo-, y una etapa "de escape" equipada con un motor S1.5400. El 20 de enero de 1960, un prototipo del lanzador fue enviado en una ruta suborbital para ensayar sus sistemas.

    El 10 de octubre del mismo año, el primer 8K78 completo fue lanzado con una sonda M1 a bordo. El despegue resultó fallido y la nave cayó sobre la zona oriental de Siberia. Durante los próximos meses se sucederían los intentos de dirigir naves interplanetarias hacia Marte (M1 y 2MV) y Venus (1VA y 2MV). De nueve lanzamientos, sólo dos (Venera-1 y Mars-1) tuvieron éxito, aunque después serían éstas quienes fracasarían antes de alcanzar su destino.

    Korolev decidió asimismo utilizar el cohete 8K78 (mucho tiempo después bautizado como Molniya) para enviar al espacio a su segunda generación de sondas lunares automáticas. Pero ante tan desastrosos antecedentes, no es extraño que los nuevos vehículos tardaran en ofrecer resultados.

    El grupo OKB-1 dirigido por Korolev se encargó de la construcción de esta nueva serie de sondas, bautizadas con el nombre de Object E-6. Mucho más sofisticadas que sus antecesoras, su objetivo era posarse sobre la Luna u orbitar a su alrededor, y enviar después imágenes de la superficie. Para ello se usaría un vehículo que se dividiría en dos secciones: el módulo de servicio (con un retrocohete), y el módulo instrumental (adaptado en función de los objetivos de la misión). El primero podía servir para posibilitar el alunizaje suave o, por el contrario, para frenar una carga mayor y colocarla en órbita alrededor del satélite.

    La primera E-6 partió desde Baikonur a bordo del cohete 8K78L T103-09, el 4 de enero de 1963. El procedimiento habitual ya no sería el ascenso directo sino que la sonda sería colocada primero en una órbita terrestre de aparcamiento, lo que permitía una mayor flexibilidad a la hora de seleccionar el momento del encendido de la etapa superior. En esta ocasión, ésta no funcionó por un fallo en el transformador eléctrico y la nave quedó varada alrededor de nuestro planeta. Los soviéticos, contrariados, no se molestaron ni en bautizarla.

    La segunda E-6 intentaría aprovechar la siguiente ventana de lanzamiento (3 de febrero). No obstante, su cohete 8K78L G103-10 falló durante el ascenso, perdiendo el control y cayendo sobre el Pacífico.

    Sin desmayar, Korolev preparó otra sonda y la lanzó el 2 de abril de 1963. En esta ocasión, el vector 8K78L G103-11 funcionó a la perfección, situando a la que llamarían Luna-4 en dirección a su objetivo. Con una masa de 1.422 kilogramos, la nave sobrevoló nuestro satélite a unos 8.500 kilómetros de distancia, el 6 de abril. Este paso cercano perturbó su trayectoria y la colocó en una órbita baricéntrica alrededor de la Tierra.

    Evidentemente, el Luna-4 puede considerarse una misión fracasada. Aunque los soviéticos no reconocieron cuáles habían sido sus verdaderos objetivos, la sonda pretendía utilizar su retrocohete para convertirse en el primer vehículo capaz de alunizar suavemente sobre la Luna. Un fallo de naturaleza poco clara lo evitó.

La cápsula de alunizaje de las sondas E-6 (Foto: Mark Wade)    Debió ser un problema lo bastante importante como para que Korolev pusiera a trabajar a sus hombres durante meses, ya que la próxima E-6 no despegaría hasta casi un año después (21 de marzo de 1964). Dicha nave tampoco tendría oportunidad de demostrar nada ya que su cohete 8K78M T15000-20 (el cambio de denominación se debe a que utilizaba un motor mejorado S1.5400A en la última etapa) falló durante el ascenso.

    Por desgracia, no iría mucho mejor el próximo lanzamiento, el 20 de abril. De nuevo, fue el cohete 8K78M T15000-21 el responsable de la debacle, cuando falló su sistema de control y los motores se pararon antes de tiempo.

    Algo iba mal en la configuración del vector, el cual fue apartado de la circulación durante más de un año hasta que sus problemas fuesen solucionados. Mientras, se utilizaría de nuevo la versión 8K78L.

    Tampoco se obtendrían resultados de las dos siguientes misiones, ya que el 12 de marzo de 1965 la sonda E-6 quedó anclada en órbita terrestre (lo que le valió el nombre de Kosmos-60). La última etapa del cohete R103-25 no se encendió por otro fallo del transformador eléctrico, un problema recurrente. El 10 de abril, el vehículo R103-26 ni siquiera alcanzó la órbita.

    La negra secuencia, peor aún que la de las Ranger americanas, mejoraría, aunque parcialmente, a partir de aquí. El 9 de mayo, resueltos los problemas que afectaban a los cohetes 8K78M, se empleó uno de ellos (U103-30) para enviar otra sonda E-6 hacia la Luna. Fue bautizada como Luna-5 y esta vez sus controladores consiguieron realizar la tradicional corrección de curso y dirigirla directamente hacia el Mar de las Nubes. No obstante, a unos 64 kilómetros de altitud, el retrocohete que debía posarla con suavidad sobre el blanco falló, provocando un violento choque contra la superficie. Un observatorio alemán afirmó haber fotografiado el lugar, incluyendo hipotéticas nubes de polvo que se habrían levantado hasta alcanzar unas dimensiones de 100 kilómetros de diámetro.

 

    Los avances estadounidenses en la puesta a punto de la sonda Surveyor, un vehículo especialmente diseñado para lograr el alunizaje, otorgaron una pátina de urgencia a la consecución, lo antes posible, de esta complicada operación. Por eso, Korolev había preparado una verdadera pléyade de cohetes y naves espaciales que aprovechasen cualquier oportunidad. Tras el fracaso no reconocido del Luna-5, no quedaba otro remedio sino intentarlo de nuevo, tantas veces como fuera necesario.

    El Luna-6 (8K78M U103-31) tenía intención de lograr este objetivo con su lanzamiento el 8 de junio, pero la maniobra de corrección de trayectoria supuso la muerte de la misión: el motor se negó a pararse y sólo lo hizo cuando, agotado el combustible, la nave se hallaba ya en una ruta que la llevaría a pasar a 160.000 kilómetros de la Luna.

    La próxima sonda que visitaría nuestro satélite portando la bandera soviética lo haría fuera de la familia E-6. Los repetidos fracasos de todo tipo a los que se habían enfrentado los vehículos dirigidos a Marte y Venus durante los últimos años habían hecho plantearse a Korolev un cambio de planes. Llamar a las cosmonaves Mars o Venera era lo mismo que declarar sus verdaderos objetivos, así que las futuras sondas recibirían una nueva denominación: Zond (sonda), nombre genérico que cambiarían cuando demostraran ser mucho más fiables que sus antecesoras.

    En algunos casos, las Zond sirvieron sólo para investigar ciertos problemas comunes a las sondas interplanetarias, como las comunicaciones. Así ocurrió con la Zond-3 (3MV-4 número 3), lanzada sobre un 8K78 el 18 de julio de 1965, en una trayectoria que la llevó a sobrevolar la Luna para después sobrepasar la órbita de Marte. El objetivo era fotografiar primero la cara oculta de nuestro satélite y después enviar las imágenes a la Tierra desde diferentes distancias, ensayando las nuevas técnicas de transmisión, algo que cumplió con total normalidad.

    La siguiente sonda E-6 que descansaría sobre la rampa de lanzamiento debería hacerlo más tiempo del esperado. El despegue previsto para el 4 de septiembre tuvo que ser aplazado un mes cuando los técnicos encontraron una serie de problemas en su cohete (8K78 U103-27). Finalmente, partió el 4 de octubre, recibiendo la designación Luna-7. Tampoco esta vez se desarrollaría todo correctamente: el retrocohete fue encendido por el ordenador de a bordo con demasiada antelación, lo que dejó a cero la velocidad de llegada y permitió que ésta volviera a aumentar hasta provocar el impacto cerca del cráter Kepler, en el Oceanus Procellarum.

La cápsula del Luna-9 (Foto: Mark Wade)    Un problema que, a la inversa, se repetiría con su sucesora. El Luna-8 despegó el 3 de diciembre (8K78 U103-28), pero su retrocohete fue accionado demasiado tarde, no dando tiempo a reducir su velocidad y ocasionando por tanto su choque contra una zona próxima al mismo Oceanus Procellarum.

    Tras múltiples decepciones, el éxito llegaría por fin con el Luna-9 (versión E-6M). Lanzado el 31 de enero de 1966 a bordo de un cohete 8K78M (U103-32), el ingenio desgranó a la perfección todos los pasos de su trayectoria translunar. Habiéndose completado el viaje sin anomalías aparentes, la nave empezó a maniobrar, reorientándose correctamente cuando sólo quedaban 8.300 kilómetros para alcanzar la superficie. A unos 75 kilómetros de altitud, una vez dada la orden de encendido del retrocohete, el instrumental no necesario adosado al cuerpo principal fue separado y abandonado. Habían transcurrido 79 horas de viaje.

    Cuando el extremo de la pértiga de control (una especie de sonda de contacto) golpeó el suelo, el motor dejó de funcionar y la cápsula de descenso fue separada del resto de la nave. Eran las 18:45 UT del 3 de febrero de 1966: la pequeña cápsula (60 centímetros de diámetro y 100 kilogramos de peso) aterrizaba gentilmente convirtiéndose en el primer enviado activo de la Humanidad sobre nuestro satélite. El punto de aterrizaje, considerado como la primera base lunar de la Historia, quedó situado a 7,1 grados latitud Norte, 64,3 grados longitud Oeste. El envoltorio esférico protector de la cápsula se abrió a continuación como los pétalos de una flor mecánica, se extendieron varias antenas y la Estación Lunar Automática, tal como la bautizaron los soviéticos, empezó a transmitir. Sólo podría hacerlo durante el tiempo que duraran sus baterías (dos días), así que no había tiempo que perder.

    El resultado más esperado procedería de una cámara giratoria, que proporcionó varias fotografías panorámicas de la zona de aterrizaje. La primera fue tomada el 4 de febrero. Para permitir un estudio más exacto de las imágenes recibidas en la Tierra, la nave poseía cuatro modelos de brillo estándar, idénticos a los que se conservaban en el punto de recepción. Tres espejos colocados cerca de la cámara permitían obtener perspectivas diferentes con el mínimo movimiento. Una a una, empezaron a llegar a nuestro planeta las fotografías, mostrando un paisaje tan fantasmal como desoladoramente real. El Luna-9 había demostrado que el aterrizaje era posible, que las naves procedentes de la Tierra no quedarían sepultadas bajo metros y metros de una supuesta espesa capa de polvo, y que lo que allí encontraran, aunque yermo e inerte, era accesible y maravilloso. En sólo unas horas, uno de los sueños del Hombre, la visita de nuestro satélite hermano, se había convertido en realidad.

    El Luna-9, efectivamente, proporcionó las primeras fotografías tomadas desde la superficie de otro cuerpo del Sistema Solar que no fuese la Tierra. Llegaron a nuestro planeta de forma casi instantánea, a la velocidad de la luz, y en su camino fueron interceptadas por el radiotelescopio de Jodrell Bank, en Gran Bretaña. El descubrimiento de que el formato de transmisión era parecido al utilizado por las agencias de prensa (sistema facsímil), facilitó enormemente la tarea de descodificarlas y darlas a conocer incluso antes de que lo hiciese la propia agencia oficial soviética TASS. América volvió a sorprenderse ante el poderío tecnológico de su rival.

    La noticia de la naturaleza compacta del suelo selenita fue muy bien acogida por los técnicos de la empresa Grumann, los constructores del Módulo Lunar americano. Se trataba también de una nueva primicia que sería necesario añadir a la ya larga lista de logros soviéticos. La espectacular y exitosa conclusión de la misión, cumplido el objetivo del primer aterrizaje suave de una nave terrestre, propició una mayor y sorprendente apertura informativa con respecto a Occidente. Con un detalle sin precedentes, y después de tantos fracasos ocultados a la opinión pública, los historiadores descubrieron en profundidad la estructura y el plan de vuelo de la cosmonave que revolucionaría el concepto que hasta entonces teníamos de la Luna.

    Cumplido el objetivo perseguido, Korolev paralizó la serie de lanzamientos dirigidos hacia la superficie lunar y empezó a preparar aquélla que intentaría cartografiarla desde una órbita estable a su alrededor. más